¿Qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?

 



Estamos en un momento de grave crisis económica. No es un secreto que muchas familias no saben cómo llegarán al fin de mes, y resulta irónico que el evangelio nos alerte contra el deseo de disfrutar de nuestras riquezas. Sin embargo, Lucas no escribía para millonarios, y sabía que algún provecho podían sacar de la enseñanza de Jesús incluso los miembros más pobres de su comunidad. Las lecturas de hoy coinciden en denunciar el carácter engañoso de la riqueza, pero Jesús añade algo más como enseñanza válida para todos. 

En el Antiguo Testamento, la riqueza se ve a veces como signo de la bendición divina (casos de Abraham y Salomón); otras, como un peligro, porque hace olvidarse de Dios y lleva al orgullo; los profetas la consideran fruto de la opresión y explotación al pobre; los sabios denuncian su carácter engañoso y traicionero. 

Una primera reflexión afirmaría que todo lo conseguido en la vida, incluso de la manera más justa y honesta, termina con la muerte, y muchas veces en manos de otro que no lo ha trabajado. Una segunda reflexión se referiría a la vanidad del esfuerzo humano por acumular.

Ambos temas (lo conseguido en la vida y la vanidad del esfuerzo humano) aparecen mejor planteadas en la descripción del protagonista de la parábola del evangelio.

En este pasaje de Lucas podemos distinguir tres partes: el punto de partida, la parábola, y la enseñanza final.

a. El punto de partida

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús…

Si esa misma propuesta se la hubieran hecho a alguien considerado moralmente correcto, inmediatamente se habría sentido con derecho a intervenir, aconsejando compartir la herencia y encontrando numerosos motivos para ello. Jesús no se considera revestido de tal autoridad. Pero aprovecha para advertir del peligro de codicia, como si la abundancia de bienes garantizara la vida. Esta enseñanza la justifica con una parábola. 

b. La parábola…

A diferencia de Qohélet, Jesús no presenta al rico sufriendo, penando y sin lograr dormir, sino como una persona que ha conseguido enriquecerse sin esfuerzo; y su ilusión para el futuro no es aumentar su capital de forma angustiosa sino descansar, comer, beber, pasarla bien. Pero el rico de la parábola coincide con el de Qohélet en que, a la larga, ninguno de los dos podrá conservar su riqueza. La muerte hará que pase a los descendientes o a otra persona.

Si todo terminara aquí, podríamos leer los dos textos de este domingo como un debate entre sabios. Qohélet, aparentemente pesimista (todo lo obtenido es fruto de un duro esfuerzo y un día será de otros) resulta en realidad optimista, porque piensa que su discípulo dispondrá de años para gozar de sus bienes. Jesús, aparentemente optimista (el rico se enriquece sin mayor esfuerzo), enfoca la cuestión con un escepticismo cruel, porque la muerte pone fin a todos los proyectos. Pero la mayor diferencia entre Jesús y Qohélet la encontramos en la última frase: Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.  

c. Frente al solo disfrute pasivo de los propios bienes (Qohélet), Jesús aconseja una actitud práctica y positiva: enriquecerse a los ojos de Dios.

Para meditar 

El Banco Central Europeo, en su intento de frenar la inflación, ha decidido subir los tipos de interés para que no invirtamos ni gastemos más de lo preciso. Jesús, en cambio, nos invita a invertir, pero de forma muy distinta, enriqueciéndonos a los ojos de Dios. hoy las posibilidades son múltiples: Las ONG que trabajan en África y otros países del Tercer Mundo recuerdan a menudo lo mucho que se puede hacer a nivel alimenticio, sanitario, educativo, con muy pocos euros. ¿Qué tan generosos somos con el que lo necesita?, ¿Qué tan apegados a nuestras “riquezas”?, ¿A qué me mueve la escucha de esta palabra?


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