XV DOMINGO DEL T.O. La fuerza del Evangelio
Escucha esta historia: "Una madre del interior del país tenía tres hijos estudiando en la universidad. Después de las vacaciones les regaló a cada uno una planta para que alegrara sus habitaciones. Al final del curso fue a ayudarles a recoger sus cosas.
En la habitación del hijo mayor estaba la maceta, pero sin la planta. Y explicó él:
-Ay, mamá. Me olvidé de sacarla de la caja y, cuando la saqué, ya estaba muerta.
El segundo hijo tenía la planta en una estantería. Pero estaba también seca.
-Mira, mamá. La planta estuvo muy hermosa hasta los exámenes y las fiestas, pero entonces me olvidé de regarla.
Pero la planta del tercer hijo estaba verde y hermosa.
- “¡Qué belleza!”, dijo la madre. “Tú no mataste la planta”.
-Claro que no. La planta me recordaba tu cariño y yo sabía que tú querías que la regara todos los días. Y, ya ves, ha crecido mucho". (Félix Jiménez, Escolapio).
¿A qué nos invita la parábola?
La parábola del sembrador es una invitación a la esperanza. La siembra del Evangelio, muchas veces inútil por diversas contrariedades y oposiciones, tiene una fuerza incontenible. A pesar de todos los obstáculos y dificultades y aun con resultados muy diversos, la siembra termina en cosecha fecunda que hace olvidar otros fracasos.
Los creyentes no hemos de perder la alegría a causa de la aparente impotencia del reino de Dios. Siempre parece que «la causa de Dios» está en decadencia y que el Evangelio es algo insignificante y sin futuro. Y, sin embargo, no es así. El Evangelio no es una moral ni una política, ni siquiera una religión con mayor o menor porvenir. El Evangelio es la fuerza salvadora de Dios «sembrada» por Jesús en el corazón del mundo y de la vida de los hombres.
Empujados por el sensacionalismo de los actuales medios de comunicación, parece que sólo tenemos ojos para ver el mal. Y ya no sabemos adivinar esa fuerza de vida que se halla oculta bajo las apariencias más apagadas o descorazonadas.
Si pudiéramos observar el interior de las vidas, nos maravillaríamos ante tanta bondad, entrega, sacrificio, generosidad y amor verdadero. Hay violencia y sangre entre nosotros, pero está creciendo en muchos hombres el anhelo de una verdadera paz. Se impone el consumismo egoísta en nuestra sociedad, pero cada vez son más los que descubren el gozo de una vida sencilla y del compartir. La indiferencia parece haber apagado la religión, pero son muchos los corazones donde se despierta la nostalgia de Dios y la necesidad de la plegaria.
La energía transformadora del Evangelio está ahí trabajando a la humanidad. La sed de justicia y de amor seguirá creciendo. La siembra de Jesús no terminará en fracaso. Lo que se nos pide es acoger la semilla. Dar la vuelta a nuestra vida como una dura y difícil tierra que es preciso remover para que reciba y haga fructificar la siembra de Dios.
¿No descubrimos en nosotros mismos esa fuerza que no proviene de nosotros y que nos invita sin cesar a crecer, a ser más humanos, a transfigurar nuestra vida, a edificar unas relaciones nuevas entre las personas, a vivir con más transparencia, a abrirnos con más verdad a Dios?
-JAP-
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