HOMILIA EN LA MISA DE NAVIDAD
Esta noche nace para nosotros, según la tradición cristiana, Jesús el Salvador. Esto significa la irrupción de Dios en la criatura más frágil para nosotros: un bebé. A lo largo de más de dos mil años cada generación de bautizados, revive este misterio. Este nacimiento, quizá fue así o quizá no… no celebramos el relato, la crónica, celebramos que el amor de Dios es infinito y a la vez tan real y tan sencillo que su presencia tenía que ser un signo de contradicción para la historia. La grandeza de este nacimiento no está sólo en la imagen del pesebre, detrás hay signos de dolor, frustración, de expectativa, de falta de caridad, de indefensión… pienso en los miles no de pobres, sino de indigentes y transeúntes; en los inmigrantes, exiliados y desterrados, en los niños no nacidos que les privan de vivir, de los que ven como muchas mascotas comen y viven mejor que ellos… solo Dios podía nacer de esta forma para confrontar al mundo, a nuestra sociedad…
Las canciones que nos propone la liturgia hablan de luz, de alegría y de paz, de la destrucción de la violencia, porque ha nacido un niño, príncipe de la paz (Isaías). Lo mismo anuncian los ángeles a los pastores. Pero hoy, accediendo a los medios de comunicación, nos enteramos trágicamente de que 2024 años después del nacimiento de Jesús todos estos mensajes se vuelven insignificantes por nuestras formas de comportarnos, por nuestras elecciones, por las muchas cosas que no siempre nos han llevado a acoger los que significa ese niño, acogido por los más pobres y marginados como eran los pastores.
Isaías nos dice que necesitamos una paz que nazca en primer lugar en nuestro corazón y luego se propague a todos los que están cerca de nosotros, a quienes nos encontramos cada día en nuestro camino.
La carta de San Pablo a Tito nos invita a acoger la gracia de Dios que nos enseña a vivir con sobriedad, justicia y piedad en este mundo. Sobriedad: ¿hasta qué punto somos capaces de renunciar a lo superfluo, a las cosas de moda, a lo que nos ofrece la publicidad? ¿Qué hacemos para no caer en un consumismo sin reparo? Justicia: ¿cuánto nos duele la imposición del más fuerte sobre el más débil, para que el derecho a una vida más digna sea realmente para todos? Piedad: ¿sabemos compartir el sufrimiento con quien se encuentra en dificultades, sin pedir nada, sin prejuicios, poniendo a la persona en primer lugar?
En el pasaje de Lucas leemos sobre César Augusto que ordenó que se hiciera un censo, este es un dato clave para entender la encarnación divina. José con María subieron desde Galilea, desde la ciudad de Nazaret hasta Belén; al no encontrar alojamiento fueron recibidos en un establo donde ya hemos dicho nació Jesús. Unos pastores con sus rebaños se dieron cuenta de un cambio: había un clima especial, una atmósfera diferente, una armonía en el corazón y en el aire... Un ángel les anuncia que ha nacido el Salvador, que es Cristo Señor (el ungido, el brillante, el sagrado).
Esta imagen tan conocida en tarjetas y ahora enviada por los móviles, nos invita a nosotros, pastores, gente sencilla, a ver la Navidad con nuevos ojos, a ser capaces de renovar este nacimiento en nuestra vida, en nuestro corazón, y así cambiar nuestra forma de leer los acontecimientos que nos suceden en la realidad en la que vivimos hoy.
Sería bueno que, al menos una vez, en Navidad, en cada familia, no hubiera solo el intercambio de regalos o una fiesta alrededor de una mesa llena, sino el intercambio de regalos "relacionales", de regalos hechos a partir de una sonrisa, un agradecimiento, un perdón, una acogida, una lágrima de alegría, una caricia, todos estos empaquetados con la palabra "Amor"... para que la Navidad no dure solo unos días, sino que nos acompañe todos los días del nuevo año.
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