SOLEMNIDAD MIÉRCOLES DE CENIZA - HOMILIA ¿Qué tengo que “apagar”? ¿Qué tengo que “activar”? ¿Con quién caminar?
Hoy, con el signo de la ceniza, iniciamos un camino de cuarenta días que nos lleva al corazón del misterio cristiano: la muerte y resurrección de Cristo. No se trata de un ritual vacío, sino de una invitación a detenernos, a cuestionarnos, a reconocer quiénes somos y hacia dónde vamos. Las lecturas de hoy nos ofrecen una brújula para orientarnos en este desierto cuaresmal.
El profeta Joel nos sacude con una imagen poderosa: “Rasgad vuestro corazón y no vuestros vestidos”. Esto significa que Dios no pide lágrimas teatrales ni gestos exteriores, sino un corazón roto, humilde, capaz de reconocer la propia necesidad de Él. En un mundo que exalta las apariencias, la Cuaresma nos pide lo contrario: autenticidad.
¿Cuántas veces, incluso en la fe, usamos máscaras? ¿Nos metemos en un papel, buscamos aprobación? La ceniza colocada hoy sobre nuestras cabezas nos invita a redescubrir el secreto de la vida. Nos dice: ¿Hasta cuándo seguiremos usando una armadura que cubre nuestros corazones? ¿Hasta cuándo seguiremos disfrazándonos con la máscara de las apariencias? Cuando tengamos la valentía de inclinar la cabeza y mirar dentro de nosotros mismos, entonces podremos descubrir la presencia de un Dios que siempre nos ha amado y siempre nos amará; Sólo entonces, finalmente, se romperá la armadura que hemos construido para nosotros mismos; Sólo entonces podremos sentirnos amados con un amor eterno. Pues bien, la ceniza que recibimos hoy es un medicamento: nos recuerda que somos frágiles, mortales, pero infinitamente amados. Arranquemos, los velos de la hipocresía y presentémonos a Dios tal como somos: con nuestros esfuerzos, con nuestros fracasos, con nuestro deseo de renacer.
En el Salmo Responsorial hemos repetido varias veces: «Perdónanos, Señor: hemos pecado». Pedimos perdón al Señor, reconociéndonos pecadores y, confiando en su misericordia, lo imploramos con las palabras del Salmo, diciendo: «Crea en mí, oh Dios, un corazón puro». La ceniza, por tanto, no es signo de condena, sino de esperanza: Dios no se cansa de perdonar, de transformar nuestro polvo en vida nueva
Pero para que esto suceda, necesitamos abrirle las puertas. Como el hijo pródigo estamos llamados a volver a la casa del Padre, no porque seamos perfectos, sino porque Él nos espera con los brazos abiertos. La Cuaresma es ese tiempo oportuno, ese “momento favorable” del que habla San Pablo en la segunda lectura, para dejarnos abrazar por la gracia.
Y finalmente, en el Evangelio, Jesús nos pone en guardia contra la tentación de vivir la fe como espectáculo. Ayuno, oración, limosna.: no son trofeos para lucir, sino herramientas para liberarnos de las ataduras que nos alejan de Dios
- El ayuno no es una dieta espiritual, sino una manera de decir: «No soy esclavo de mis deseos; Tengo hambre de ti, Señor."
- La oración no es una lista de peticiones, sino un silencio para escuchar: “¿Qué quieres de mí, Dios?”
- La limosna no es un gesto de superioridad, sino un acto de justicia: reconocer que todo lo que tengo es un don y debe ser compartido.
La ceniza que recibimos no es un signo individual, sino un compromiso común. Somos un pueblo en camino, apoyando a los que tropiezan, orando por los que tienen dudas, compartiendo con los necesitados. El apóstol Pablo, de hecho, nos recuerda que la conversión no es un asunto privado: «Reconciliaos con Dios» es un llamamiento dirigido a toda la comunidad.
En una época de división e individualismo, la Cuaresma nos pide que seamos levadura de comunión: familias que rezan juntas, comunidades que acogen, cristianos que testimonian con alegría que la vida no termina en el polvo, sino que florece en la Resurrección.
La ceniza nos dice que somos polvo: «Polvo eres y en polvo te convertirás», pero polvo precioso a los ojos de Dios. Como Adán, formado de la tierra), estamos llamados a dejarnos plasmar por sus manos.
¡No desperdiciemos estos 40 días! Dejémonos guiar por tres sencillas preguntas:
- ¿Qué tengo que “apagar” (hábitos, palabras, pensamientos) para dejar espacio a Dios?
- ¿Qué necesito “encender” (oración, perdón, caridad) para calentar mi corazón?
-¿Con quién debo caminar para no perderme en el desierto?
La Cuaresma es un éxodo hacia la libertad. Partamos, pues, con valentía. Las cenizas son el inicio de un fuego: el del Espíritu, que transforma nuestra fragilidad en luz pascual. Volvamos, pues, al Señor, como escribe el profeta Joel, con todo nuestro corazón, y Él nos renovará y nos conducirá a la luz de la Pascua. ¡Amén!
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