DOM 1 DE ENERO SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS
La búsqueda de los pastores se encuentra con la presencia maternal de María. Si los pastores son buscadores y nos enseñan a abrir nuestros horizontes, María es quien nos deja ver el vínculo entre la historia y la acción de Dios. Dios está en nuestra realidad, e incluso algunos acontecimientos dolorosos, pueden ser tesoros preciosos para realizar su voluntad y escuchar su voz. María sólo pudo haber vivido ese momento difícil del nacimiento, porque se comprometió y decidió con su sí confiar en aquellas palabras de Dios, esos signos que atestiguaban su consuelo. A menudo queremos soluciones inmediatas, caminos prefabricados, pero al hacerlo no dejamos intervenir a Dios en nuestros asuntos, no le damos espacio, no reconocemos su presencia por la oscuridad de nuestras insatisfacciones.
El Dios de paz, sin embargo, camina, actúa, cuenta con nosotros; démosle espacio, tiempo y sobre todo acogida. Preparemos nuestro corazón como María para que el Espíritu de Dios haga en nosotros también maravillas.
«"Madre de Dios" es el título más importante de la Virgen. Pero podría surgir una pregunta: ¿por qué decimos Madre de Dios y no Madre de Jesús? Algunos, en el pasado, pidieron limitarnos a esto, pero la Iglesia ha afirmado: María es la Madre de Dios. Debemos estar agradecidos porque estas palabras contienen una verdad espléndida sobre Dios y sobre nosotros. Y es que, desde que el Señor se encarnó en María, desde entonces y para siempre, lleva pegada a Él nuestra humanidad. Ya no hay Dios sin el hombre: la carne que Jesús tomó de su Madre es suya ahora y lo será por siempre. Decir Madre de Dios nos recuerda esto: Dios está cerca de la humanidad como un niño está cerca de la madre que lo lleva en su seno.
La palabra madre (mater) también se refiere a la palabra materia. En su Madre, el Dios del cielo, el Dios infinito se hizo pequeño, se hizo materia, para estar no sólo con nosotros, sino también como nosotros. He aquí el milagro, he aquí la noticia: el hombre ya no está solo; nunca más será huérfano, será para siempre un hijo. El año comienza con esta noticia. Y así la proclamamos, diciendo: ¡Madre de Dios! Es la alegría de saber que nuestra soledad está superada. Es la belleza de saber que somos niños amados, de saber que esta infancia nuestra nunca nos la podrán arrebatar. Es reflejarnos en el Dios frágil e infantil en los brazos de la Madre y ver que la humanidad es querida y sagrada para el Señor. Por tanto, servir a la vida humana es servir a Dios y toda vida, desde la que está en el seno materno hasta la anciana, la que sufre y la enferma, hasta la incómoda e incluso repugnante, debe ser acogida, amada y ayudada” (Papa Francisco).
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