Dom XXX del T.O. ¿Qué quieres que haga por ti?"
DOM XXX DEL T.O.
Hoy la Palabra de Dios nos mueve a la esperanza. Con la profecía de Jeremías comprendemos que la vida no es un camino de rosas, hay dificultades, pero la fe en la acción de Dios no defrauda, libera.
El Evangelio nos presenta la historia de Bartimeo, ¿quién fue Bartimeo? Era hijo de Timeo y era un ciego. En tiempos de Jesús no había pensión de invalidez para quienes no podían trabajar; esta es la razón por la que este hombre estaba mendigando, es decir, pidiendo limosna.
Las personas ciegas, como todos aquellos que tienen alguna discapacidad, desarrollan más el resto de sentidos. Bartimeo intuyó que Jesús pasaría cerca de donde él estaba y se hace oír, o más bien grita. Quiere atraer la atención y la compasión de Jesús. Las personas que lo rodean intentan silenciarlo, "pero él" - dice el Evangelio - "gritó aún más fuerte". Bartimeo grita porque está convencido de que Jesús puede salvarlo. No le importa lo que piensen los demás. A menudo, cuando acudimos a Dios, nos llegan muchas tentaciones, tanto del exterior (de familiares, amigos y conocidos) como del interior (pensamientos e insinuaciones) para desistir o abandonar; ambos quieren desanimarnos y es como si constantemente nos susurraran al oído: "no ores, no vale la pena, es inútil, cállate".
Bartimeo no se deja intimidar, insiste. Jesús está rodeado de mucha gente; sin embargo, se da cuenta de Bartimeo y les pide que se lo traigan. En cuanto le dicen que Jesús lo llama, "Bartimeo inmediatamente saltó, arrojó su manto y se acercó a Jesús”.
Este ciego está muy feliz, no se levanta, sino que salta y tira su manto. Es inmensamente feliz y por eso no le importa nada más que encontrarse con Jesús. A primera vista la pregunta del Señor obvia: "¿Qué quieres que haga?, ¿acaso no sabía Jesús que Bartimeo era ciego? Bartimeo responde: "Rabboni" o "maestro", déjame ver otra vez"; Jesús le responde: "Ve, tu fe te ha salvado".
Hoy el Señor nos llama a fortalecer nuestra fe, y a través de este relato nos ofrece las herramientas. La primera y más importante es ciertamente la oración. Una oración que no sea bloqueada ni por los demás ni por nosotros mismos. Muchas veces nos desanimamos, escuchamos frases desalentadoras que suenan así: "pero ¿qué haces? ¿para qué rezas? ¿no ves que nada cambia? más bien, acepta y trata de llevar la vida con lo que tienes". Necesitamos una oración que reconozca a Jesús como Salvador, una oración constante e insistente. Hoy el Señor nos muestra que la oración realmente acogida y confiada sana. No es casualidad que, según los maestros de oración, las mismas palabras pronunciadas por este ciego, "Jesús, ten piedad de mí", constituyan lo que en la tradición de la Iglesia es llamada "oración del corazón". La oración del corazón es la manera más sencilla e inmediata que tenemos de acudir al Señor durante el día y así aprender a vivir en su compañía.
San Juan Pablo II dijo: "La oración es la acción que más cambia el destino de las personas y de los pueblos". Preguntémonos hoy cómo es nuestra oración y tomemos la resolución de darle más tiempo y espacio en nuestra vida.
Santa Teresa de Calcuta, de quien alguna vez hemos escuchado, pasó toda su vida entre los más pobres, y decía: "Si oras, crees, si crees, amas, si amas, sirves, si sirves, eres feliz." Nos hace pensar que primero debemos orar para creer, es el principio de la auténtica oración.
Pero la oración por sí sola no basta... también debemos amar. Como Jesús, podemos salir en nuestra familia, con nuestros amigos o con los vecinos, o incluso con un desconocido en necesidad y preguntarle "¿qué quieres que haga por ti?", sin duda el Espíritu soplará.
¿La buena noticia este domingo? Si reconocemos nuestras cegueras, podremos ver y sabremos cómo ayudar a otros. Nuestra vida seguirá como antes, pero veremos la realidad a la luz del evangelio, con la mirada de Dios.
Bendecido domingo.
Comentarios
Publicar un comentario