HOMILIA EN LA SOLEMNIDAD DE LOS SANTOS



Celebrar la solemnidad de todos los santos es importante para nosotros pueblo de Dios: nos permite levantar los ojos al cielo y pensar en la eternidad, en la alegría que muchos de nuestros hermanos y hermanas experimentan ahora en la gloria del Padre, recordándonos que es nuestra meta, nuestra llamada. «La santidad es el rostro más bello de la Iglesia: es redescubrirse en comunión con Dios. Entendemos, entonces, que la santidad no es prerrogativa de algunos: la santidad es un don que se ofrece a todos, sin excepción, y constituye, por tanto, el carácter distintivo de cada cristiano” (Papa Francisco). 

 

El Evangelio de hoy nos ofrece lo que muchos definen como “la tarjeta de identidad cristiana”, es decir, las Bienaventuranzas. Los cristianos estamos llamados a proclamar el Evangelio de las Bienaventuranzas, a contagiar al mundo con la esperanza que Cristo nos da. Jesús compara la bienaventuranza con muchas situaciones, incluso dolorosas, como el llanto, la sed de justicia y la persecución. Si afrontamos la vida, poniendo a Jesús en el centro y apostando por su palabra, experimentaremos que Él nos consuela incluso en situaciones dolorosas o terribles, ajenas al querer de Dios. 

 

Tenemos trabajo en esta vida por hacer para parecernos a Dios Padre, pero no nos desanimemos, nacimos para la felicidad; no la del mundo, que a menudo es efímera, sino la bienaventuranza exigente que provoca rebelión contra la comodidad, la mentira, la opresión… la que surge para construir un mundo de caridad y verdad, para construir una vida que busca beneficios más profundos y reales. 

 

San Pedro: en su carta nos advierte: «Sed todos unánimes, partícipes de las alegrías y de los dolores de los demás, animados de afecto fraterno, misericordiosos, humildes; no devolváis mal por mal, ni insulto por insulto, sino, al contrario, responded con bendición; porque para esto fuisteis llamados a heredar la bendición" (1 P 3,8-9).

 

¿Cómo puede suceder que nuestra forma de pensar y nuestras acciones se conviertan en pensar y actuar con Cristo y como Cristo? El Concilio Vaticano II nos dice que la santidad cristiana no es otra cosa que la caridad vivida plenamente... Pero para que la caridad, como buena semilla, crezca en el alma y dé fruto, todo creyente debe escuchar voluntariamente la Palabra de Dios y, con la ayuda de la gracia, cumplir con sus buenas obras; participar frecuentemente de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía dominical; dedicar tiempo a la oración y al servicio de los hermanos; Nunca comenzar ni terminar un día sin al menos un breve contacto con Dios y, en el camino de nuestra vida, seguir las "señales del camino" que Dios nos ha comunicado en las bienaventuranzas. 

 

Ésta es la verdadera sencillez, grandeza y profundidad de la vida cristiana, querer ser santo. Por eso san Agustín, comentando el capítulo cuarto de la Primera Carta de san Juan, afirma y nos enseña algo valiente: "Ama y haz lo que quieras". Y continúa: "Si callas, calla por amor; si hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor; que esté en ti la raíz del amor, ya que de esta raíz no puede proceder más que el bien" (7,8: PL 35). Quien se guía por el amor, quien vive plenamente la caridad, se guía por Dios, porque Dios es amor...

 

Quizás podríamos preguntarnos: ¿podemos, con nuestros límites, con nuestra debilidad, aspirar tan alto? La Iglesia, durante el Año Litúrgico, nos invita a recordar a una multitud de Santos.... Nos dice que es posible para todos seguir este camino... los Santos pertenecen a todas las edades y a todos los estados de vida, son rostros concretos de cada pueblo, lengua y nación... y no solo los grandes y reconocidos expuestos en retablos, sino también los santos simples, es decir, las personas buenas que han pasado por nuestra vida, aunque no estén canonizadas. Han sido personas normales, sin heroísmo visible, pero que en su bondad cotidiana se ve la verdad de la fe. Esta bondad, que han madurado en la Iglesia, es para mí la apología más segura del cristianismo y el signo de dónde está la verdad. 


Quisiera invitar a todos a abrirse a la acción del Espíritu Santo, que transforme nuestras vidas, para que también nosotros seamos como pedazos del gran mosaico de santidad que Dios está creando en la historia, para que el rostro de Cristo brille con fulgor. No tengamos miedo de esforzarnos, miremos hacia las alturas de Dios; No tengamos miedo de que Dios nos pida demasiado…, dejémonos guiar en cada acción diaria por su Palabra, incluso si nos sentimos indignos y pecadores: él nos transformará según su amor.

 

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