HOMILIA EN LA POSESIÓN DE PÁRROCO DE LA UPA DE VILLAMANIN
Si tuviera que sintetizar en una frase el contenido de la Palabra escuchada, sería PRESENCIA SALVADORA. El relato de Job nos muestra a un hombre que, a pesar de la adversidad, no pierde la confianza ni el amor a Dios. Dios lo prueba, él un hombre justo, pero su fe le salva. Para nosotros: en nuestra fragilidad humana, son tantas las veces que olvidamos a Dios cuando las cosas no nos van tan bien… solemos lamentarnos, flaquear. Como Job, nuestra actitud debería ser la de abrazarnos con más fuerza a Dios, porque el nos salva.
En el evangelio, por segunda vez Lucas habla de misión, y esta vez de un nutrido grupo de discípulos. Es como si expresara que la misión no es asunto de seguidores especializados que requieren una licencia exclusiva, sino que es la dimensión vital de todo discípulo. O somos misioneros allí donde vivimos, capaces de testimoniar nuestra vida en Dios, o no lo somos.
El discípulo que vive el evangelio lo comunica con su vida diaria, y Jesús explica el modo de llevar este anuncio: no en solitario, sino por parejas, es decir, en comunión porque la Iglesia no está formada por líderes carismáticos sino por hermanos, en sencillez, con gozo y perseverancia, con ilusión, con misericordia como nos señala el papa Francisco, compartiendo plenamente las alegrías, penas y esperanzas de la humanidad.
El rostro de la Iglesia que aún debemos completar parte precisamente de la conciencia de misión, Iglesia misionera, Iglesia en salida, Iglesia en camino.
La posesión a la que asistimos, da inicio a mi ministerio como nuevo párroco de esta Unidad Pastoral de Villamanín, y es una oportunidad de darle gracias al Señor porque nunca os ha faltado la presencia de Jesucristo, Buen Pastor, en los sacerdotes que han ejercido aquí su servicio apostólico. Les recordamos a todos con cariño y gratitud.
Este servidor, yo, vuestro nuevo párroco, he sido llamado por el Señor, en la persona del Obispo, D Luis Ángel, para acompañar esta comunidad de pequeñas comunidades (de las que hoy están algunos presentes), a dar, desde mis posibilidades, lo que pueda; a compartir el día a día; a orar por todos los habitantes y feligreses (niños, jóvenes, adultos y mayores) en sus necesidades; y a salir y dar ayuda y consuelo en la dificultad, pero también a recibirlo de vuestra parte.
Vengo de otra frontera Diocesana, Sahagún de Campos, donde viví mi etapa diaconal y neopresbiteral, pero antes ya estuve en la montaña oriental, en la zona de Sabero, donde hice la etapa de pastoral con D Manuel Fresno, un sacerdote recordado por vosotros. Experiencias que enriquecieron mi sentir diocesano y mi anhelo por la misión, sí misión como los 72 del evangelio, que sin ir más lejos, se dieron a la tarea encomendada en esa realidad.
Aunque el sacerdote se debe a todos, sin embargo, nunca debe olvidar, que, como representante de Jesucristo Buen Pastor, ha de tratar con especial predilección a los “pobres” y más débiles. Y es que hay muchas formas de pobreza. Está la pobreza material, que debe suscitar la acción caritativa. Pero está también la pobreza espiritual de quienes han vivido o viven momentos de especial sufrimiento, en la enfermedad, en el desamparo afectivo, o en la soledad. Y está también la más radical de las pobrezas, que es la pobreza del que vive alejado de Dios. Hemos de tener un gran deseo de llegar a todos. Y hemos de procurar por todos los medios, con la ayuda del Señor, alcanzar la luz de la misericordia a quienes más la necesitan. La Parroquia, nuestra comunidad parroquial, ha de ser acogedora, que cuide, como el Buen Pastor, a cada uno de sus fieles, y enseñe también a cuidar a otros, especialmente a los frágiles, a los vulnerables y también a los indiferentes.
Finalmente, estoy aquí como vuestro párroco, y me encomiendo, y encomiendo a cada uno, con mucha confianza, al Señor y a la Santísima Virgen, para que con su ayuda crezca entre nosotros el amor de Cristo a su Iglesia. Y pido también para que esta comunidad, me acompañe a mí también, a la luz de la fe, en lo que es propio del ministerio que me han confiado, me ayude en las tareas apostólicas y, en comunión con el Obispo, realicemos la misión de ser granos para un mismo Pan, que amasaremos poco a poco con ilusión, paciencia y oración.
Pongamos nuestra mirada en la Virgen María, Ella que desde la colegiata de Arbas cuida estas tierras. Que nos proteja constantemente con su auxilio maternal y sea para nosotros el modelo de una vida entregada a la voluntad de Dios y el signo de una Iglesia que, unida a su Señor, proclama al mundo la alegría y el gozo de la salvación que el Señor ha obrado en nosotros.
En un momento de silencio oremos y demos gracias al Señor por su Palabra.
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