Domingo XXIV del T.O. Si Jesús volviera y nos preguntara
Si Jesús volviera y nos preguntara a nosotros, a la gente, a nuestros amigos y a quienes se cruzan en nuestro camino, quién es Él?, algunos le responderían: "eres un milahgrero", otros: "eres un hombre excepcional" y otros tal vez dirían: "tú eres el Hijo de Dios"...
En definitiva, no responderíamos de manera tan diferente a cómo respondieron los Apóstoles. Si Jesús continuara hablándonos y describiéndonos todo lo que sabemos sobre su vida, entregada enteramente por nosotros hasta morir en la cruz, tal vez también nosotros, como Pedro, nos rebelaríamos y diríamos: "que esto no suceda nunca"….
Jesús hoy en el Evangelio afirma precisamente esto: su vida, como la vida de todos nosotros, debe ser entregada, de lo contrario no es auténtica vida,
¿has visto alguna vez a una persona en dificultades ayudando a otra que quizás esté en peor situación que él?
Una monja amiga mía que trabaja en las misiones, en una leprosería, vio un día a un leproso que ya no tenía piernas ayudando a caminar a un niño con polio. El pequeño se aferraba a sus hombros y gateaba por la cabaña intentando dar pasos. Esta escena la conmovió mucho y debo confesar que a mí también. Por mucho que cada uno de nosotros valore su vida, todos reconocemos la belleza y el gozo de ofrecerla por los demás. Sólo así somos verdaderamente felices...
En cierto sentido también nosotros esperamos el momento propicio para dar la vida... tal vez nos imaginamos haciendo grandes obras como los santos conocidos, pensemos en San Francisco que besó un leproso, a San Martín que dio su único manto a un pobre, a la Madre Teresa de Calcuta que asistía a los más pobres entre los pobres, a San Pablo al que le cortaron la cabeza por ser cristiano o a San Pedro que murió crucificado.
Sin embargo, el Señor en general no nos llama al martirio ni a una muerte heroica extraordinaria, sino que nos permite soportar y da fuerza ante los inconvenientes de cada día.
Por ejemplo: trabajas bien y nunca te valoran...; invitas a un amigo porque te sientes solo y no puede venir...; cuando más has necesitado alguien, nunca apareció...; tus hijos, tu familia ves que van por otro lado…; te apetece salir pero en cambio te tienes que quedar en casa, te apetece quedarte en casa y en cambio tienes que ir fuera...; ves que tus amigos y familia se van yendo poco a poco, uno tras otro y sufres...etc. Esta es la ofrenda agradable a Jesús. Lo que parece difícil y pesado se hace posible junto con Él.
A este respecto quisiera meditar con vosotros lo que escuché a un sacerdote de mi país. A menudo predicaba: "Nunca digas: 'No puedo'". decir "no puedo" es una palabra que pronunciamos demasiado a la ligera, es una palabra mortal, es una palabra que pronunciamos muchas veces porque no tenemos ganas de hacer lo que nos piden, es una palabra que mata nuestra caridad. Pedimos perdón a Dios por todas las veces que ante la necesidad de otro o de muchos, hemos dicho: "no puedo". Nos hemos acostumbrado tanto a estas dos palabras que las llevamos dentro de nosotros constantemente, una respuesta preparada por nuestro egoísmo. Siempre algo podemos hacer... por ejemplo, encontrar a alguien que pueda hacerlo por nosotros, incluso si no podemos hacerlo hoy, podemos hacerlo mañana, si no podemos hacerlo todo, al menos podemos hacerlo en parte, siempre podemos orar, sumergirnos en la necesidad de nuestro hermano y llorar con él. Es terrible decir: "no puedo". Es la guillotina de la caridad cristiana.
Pidámosle en este día al Señor con una sencilla oración: "Gracias por darnos tu vida. Gracias por enseñarnos a devolverla. Ayúdanos a vivir con alegría y serenidad la resistencia a las cosas incómodas de cada día y a tomar nuestra cruz, que muchas veces se traduce en negarnos a decir "no puedo". Amén
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