HOMILIA EN LA SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN. María es la estrella que guía nuestros pasos



En pleno mes de agosto la Iglesia en Oriente y Occidente celebra la Solemnidad de la Asunción de María Santísima al Cielo. En la Iglesia católica, el dogma de la Asunción fue proclamado durante el Año Santo de 1950 por el papa Pío XII. La celebración, sin embargo, de este misterio de María tiene sus raíces en la fe y el culto de los primeros siglos de la Iglesia, por esa profunda devoción hacia la Madre de Dios que se ha desarrollado progresivamente en la comunidad cristiana.


Para comprender la Asunción debemos mirar la Pascua. María, que engendró al Hijo de Dios en la carne, es la criatura más inmersa en este misterio, redimida desde el primer momento de su vida, y asociada de manera muy particular a la pasión y gloria de Cristo. La Asunción de María al Cielo es, pues, el misterio de la Pascua de Cristo plenamente realizada en Ella. Pero la Asunción es una realidad que nos toca también a nosotros, porque señala nuestro destino, el de la humanidad y el de la historia. En María, de hecho, contemplamos esa realidad de gloria a la que estamos llamados cada uno de nosotros y toda la Iglesia.


El pasaje del Evangelio de San Lucas que leemos en la liturgia de esta Solemnidad nos muestra el camino que tomó la Virgen de Nazaret para estar en la gloria de Dios. Se trata del relato de la visita de María a Isabel. Proclamada bienaventurada entre todas las mujeres, es bienaventurada porque creyó en el cumplimiento de las palabras que le fueron dichas por el Señor. Y en el canto del "Magnificat ", que eleva con alegría a Dios, brilla su profunda fe. Ella se sitúa entre los "pobres " y los "humildes ", que no confían en sus propias fuerzas, sino que confían en Dios, que hacen lugar a su acción capaz de realizar grandes cosas precisamente en la debilidad. Si la Asunción nos abre al futuro luminoso que nos espera, también nos invita con fuerza a confiar más en Dios, a seguir su Palabra, a buscar y realizar cada día su voluntad, este es el camino que nos propone: ser "bienaventurados”» en nuestra peregrinación terrena y en nuestro anhelo del Cielo.


El Concilio Ecuménico Vaticano II afirma: «María asunta al cielo, con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos las gracias de la salvación eterna. Con su caridad maternal cuida de los hermanos de su Hijo, todavía descarriados y puestos en medio de peligros y preocupaciones, hasta que sean conducidos a su patria bendita " (LG 62).


Invocamos a la Virgen Santísima, sea ella la estrella que guíe nuestros pasos hacia el encuentro con su Hijo en nuestro camino para alcanzar la gloria del Cielo, hacia la alegría eterna. Amén.

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