Dom. XXII del T.O. Yendo al corazón de la fe



Después de llevarnos durante algunas semanas a meditar un discurso complejo, en el que Jesús se identifica con el pan de vida, en el capítulo 6 del evangelio de Juan, la liturgia nos devuelve al Evangelio de Marcos, compañero de viaje de este año.

 

La Palabra proclamada ofrece un discurso importante que nos plantea un examen de conciencia bastante exigente: ¿cómo anda la autenticidad de mi fe?

 

La ocasión, es el diálogo que se produce entre Jesús, los fariseos y los escribas, quienes se jactan de observar escrupulosamente la Ley, aunque no la vivan con el alma. Están tan preocupados por cumplir con las reglas y por respetarlas que ha perdido de vista el centro de ellas.

 

Nosotros tampoco estamos lejos de esta visión legalista de la relación con Dios. Muchas veces pensamos que estamos llamados a hacer cosas para el Señor, sin favorecer una verdadera relación con Él. Nuestros encuentros se convierten en un resumen de oraciones que se repiten con muchas palabras, pero con el corazón ausente. Creemos ser buenos cristianos porque respetamos el ayuno de Cuaresma, vamos a misa todos los domingos y participamos en todas las procesiones y fiestas religiosas, haciendo una ruptura entre prácticas religiosas sin más y vida de fe.

 

Jesús, en cambio, nos invita a una relación libre y verdadera con Él, hecha no de ritos y fórmulas, sino construida desde una verdadera libertad interior que nos hace descubrir que estamos llamados a salir en ayuda de los demás y a comprender que el servicio a mi prójimo, me acerca a agradecer y confiar en Dios.

 

Sólo partiendo de una verdadera intimidad con Él en el marco de una relación libre y verdadera podemos llegar a una auténtica libertad interior que no nos haga juzgar como lo hacen los fariseos en el pasaje evangélico que la liturgia nos propone y que encontramos en muchas ocasiones. La relación con el Señor que tienen los escribas y fariseos es la de un Dios totalmente frío, lejano… y tan lejano que les resulta imposible verlo en cualquier momento del día excepto en sus rezos sin corazón.

 

Moisés, en la primera lectura, invita a los israelitas, cercanos a la Tierra Prometida, a que reconozcan que el Dios de Israel está mucho más cerca que todas las divinidades de los pueblos vecinos de aquella época.

Y el apóstol Santiago nos expone con su sencillez, en la segunda lectura, dónde está el corazón de la fe en Dios: visitar a los huérfanos y a las viudas, haciendo obras de caridad en bien de la comunidad, ayudando a cuidar el mundo, la sociedad, la humanidad… 

 

Queridos hermanos, nuestra presencia es signo de la Palabra viva, y en nosotros y a través de nosotros el Señor quiere actuar. Por ello no podemos ser espectadores pasivos o cumplidores de un rito tradicional; no. Hoy debo preguntarme ¿del año anterior a este, mi vida de cristiano ha cambiado/mejorado? ¿he crecido en mi experiencia espiritual, en mi comunión con Dios? ¿soy más sensible y ayudo a mi prójimo (pongo rostro y nombre) a quien se ha visto atendido y acompañado por mí? ¿me nutro activamente del Cuerpo del Señor en la Eucaristía, sé que me da fuerza y me abre al compromiso? 


De la respuesta que dé, tomaré conciencia si mi fe es verdaderamente auténtica o por el contrario estoy en riesgo de la hipocresía que denuncio el Señor. 

 

Démonos unos segundos para interiorizar la Palabra recibida y ofrezcamos a continuación la autenticidad de nuestra vida de fe y caridad al Señor en el sacrificio de la Eucaristía. 

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