Dom. XVIII del T.O. ¿Por qué buscas a Jesús?


Este domingo continúa la lectura del capítulo sexto del Evangelio según Juan, que algunos estudiosos definen como "el discurso eucarístico". Jesús, de hecho, viene a hablar de sí mismo como pan de vida, capaz de saciar el anhelo de infinito que llevamos en el corazón. Centrémonos en particular en dos pasajes.

Primero: ¿por qué busco a Jesús? En el Evangelio la multitud persigue a Jesús y casi le reprocha haber ido a otra parte después de multiplicar los panes. Jesús revela el motivo: "En verdad, en verdad os digo que me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque comisteis los panes y os saciasteis" . He aquí el riesgo: buscar al Señor sólo para obtener beneficios materiales o para resolver nuestros problemas, o seguirle sólo mientras nos dé lo que le pedimos.

Es cierto que muchas veces lo buscamos en nuestra hora de necesidad; de hecho, ¡es una bendición buscarlo en la hora de la aflicción! Significa que, finalmente, empezamos a comprender que no podemos hacerlo solos, que necesitamos su ayuda. El problema es no dar el salto, abriéndonos a una relación verdadera con Él, el decidir seguirlo. Como nos recordó el Papa Francisco: «entre las muchas tentaciones hay una que podríamos llamar tentación idólatra. Es lo que nos empuja a buscar a Dios para nuestro propio uso, a resolver problemas, a tener gracias tener por su intervención lo que no podemos obtener por cuenta propia, en últimas, puro interés. De este modo la fe es superficial y  - permítidme la palabra - milagrosa: buscamos a Dios para que nos alimente y luego nos olvidamos de Él cuando estamos llenos. En el centro de esta fe inmadura no hay Dios, están nuestras necesidades... es justo presentar nuestras necesidades al corazón de Dios, pero el Señor, que actúa mucho más allá de nuestras expectativas, quiere vivir con nosotros primero y ante todo una relación de amor. Y el amor verdadero es desinteresado, gratuito..."  Por eso Jesús nos exhorta: "Trabajad no por el alimento que no dura, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre " . Hay un alimento que permanece para la vida eterna que Jesús da: es su Palabra, que nos enseña a amar, es su Presencia que nos da la gracia de amar, es la gracia del Espíritu Santo que ilumina nuestro camino y nos ayuda. elegir lo que vale, porque al final sólo queda el amor, y sólo el amor podremos llevarnos al final de nuestra vida. Preguntémonos entonces: ¿para qué busco al Señor? ¿Le pido un corazón nuevo? ¿le pido hacerme capaz de amar, de soportar, de sostener, de comprender?

Segundo: La multitud pregunta qué deben hacer para hacer las obras de Dios. Aquí está nuestra tendencia: hacer. Reducir la fe al hacer. Pensar que la fe consiste en obras sociales, iniciativas pastorales... No, las obras son útiles, claro, pero no partimos de nuestro hacer, ¡sino de dejar que Dios lo haga! Hemos transmitido a generaciones enteras una fe hecha de preceptos, de cosas que hacer y sobre todo de no hacer, de prohibiciones, de esfuerzos por merecer gracias fracasando estrepitosamente. No partimos de nosotros sino de Dios, de experimentar su amor, su poder. De hecho, Jesús dice: "Esta es la obra de Dios: que creáis en aquel a quien él ha enviado " . Partimos de aquí, de acoger a Jesús. El camino de la fe es vivir una historia de amor con Él ante todo, con Él para acoger y amar. Y así todo lo que hagamos olerá a vida, porque será hecho junto con Él, por amor a Él, fortalecidos por Su Espíritu Santo. 

Incluso en las relaciones humanas, si lo reducimos todo al hacer, corremos el riesgo de fracasar; por ejemplo, prescindir del amor. Puedo hacer cosas por los demás pero sin amar a los demás; puedo hacer el bien sin amar el bien; puedo mantener a la gente cerca de mí para mi propio beneficio; puedo incluso servir (puntualmente) a los pobres pero, en definitiva, utilizar a los pobres para lucirme o para sentirme benefactor... Todo esto es extraño y no genera vida. La invitación que nos hace Jesús es partir de Él para que, nutridos de su palabra y alimentados por su amor, podamos amarnos a nosotros mismos, libremente, sin cálculos, con gratuidad, con generosidad, y de nosotros a los demás.

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