DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO - Comparte lo que tienes
La liturgia nos ofrece desde hoy, y durante varios domingos, la lectura del capítulo 6 de Juan, que podríamos llamar "el gran discurso eucarístico de Jesús". Hoy nos centramos en la multiplicación de los panes: una narración profunda y llena de significado.
Jesús tiene sensibilidad, caridad, compasión por las multitudes que lo siguen y que tienen hambre. Pero no actúa solo, implica a los apóstoles; a Felipe, luego Andrés y luego, en la distribución, a todos los demás.
La experiencia de Felipe es la misma que la nuestra cuando nos encontramos ante algo que supera nuestras fuerzas; como él nos damos cuenta de que no tenemos lo que necesitamos, que no somos suficientes y, vencidos por el desánimo, nos paralizamos. Providencialmente, Felipe no estaba solo y tenía alguien que estaba con él porque, donde vemos un obstáculo, otros que están cerca de nosotros pueden ayudarnos a cambiar de perspectiva. Andrés cambia la lógica, en lugar de mirar lo que no está, mira lo que está, pero también llega a la misma conclusión: lo que uno tiene es demasiado poco para una necesidad tan grande.
Cuantas veces en todo lo que hacemos nos atormenta el saber que todo es inútil, porque sentimos la desproporción entre lo que hay que hacer y lo que podemos hacer. Cuántas veces escuchamos: 'Sí, pero ¿qué puedo hacer?'. ¿Cómo pueden ser útil eso de venir a misa? ¿Cómo puede marcar la diferencia esa hora semanal de estudio bíblico? ¿Cómo pueden esos pocos minutos dedicados a hacer compañía a una anciana eliminar su soledad? ¿Cómo puede esa tímida palabra de consuelo aliviar el dolor de quienes están enfermos?
Precisamente en estos momentos Jesús nos pide que confiemos en Él. No somos nosotros los que tenemos que hacer milagros, ¡Él no nos pide esto! Pero nos pide que no impidamos que Dios haga milagros. Lo poco que tenemos, si lo apretamos fuertemente entre nuestras manos, por temor a que no sea suficiente, se convierte en un verdadero obstáculo que impide actuar su gracia y se pudre; si en cambio lo entregamos al Señor, se convierte en canal de gracia y ¡el milagro sucede!
El don se realiza a través de "un niño que tiene cinco panes de cebada y dos peces". Que sea un niño significa un nuevo grano para un pan vital.
Han comenzado nuevos tiempos. Debemos partir del don de Dios recibido en nuestra historia de vida y saber compartirlo con sencillez y gratuidad; entonces el Señor pensará en multiplicar lo compartido. Finalmente hay que recoger "los pedazos sobrantes", el excedente no se perderá. La tarea de los cristianos que se alimentan de la Eucaristía es precisamente la de suscitar en el prójimo el deseo de un "excedente", de un pan que no perece, del pan que es signo y don de Dios en para la sanación.
En el corazón de cada cristiano hay hambre de Cristo; incluso cuando no la sintamos, los creyentes estamos llamados a reconocer y orientar hacia la comunidad de fe, donde todos los hermanos están reunidos alrededor de la mesa eucarística, nuestro pequeño anhelo. Allí cada pan, “fruto de la tierra y del trabajo del hombre”, cada deseo, cada historia difícil e incluso fallida, se transforma en pan de vida.
Expresemos nuestras gracias a Jesús por este milagro y por todas las enseñanzas que hemos recibido en este pasaje. Sobre todo, le agradecemos los milagros espirituales que ofrece a nuestra vida, a la Iglesia, a la humanidad; y la fuerza, que nos da continuamente en la Eucaristía, en cada misa que celebramos y en cada comunión que recibimos.
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