Podcast. Dom CORPUS CHRISTI. Mereces un Dios como ese
Recibir sangre, una transfusión, ante una situación límite de vida - simbólicamente- es recibir vigor, poder, fuerza, salud. Y aunque la donación y recepción de sangre es siempre un hecho anónimo, quien la recibe seguro se siente, y con razón, en deuda con quienes, a través del don de su sangre, le permiten volver a la vida de una situación en la que la vida parecía realmente comprometida. Es un “pacto de sangre”, vida por vida. En la antigüedad ésta representaba una de las formas más extremas y vinculantes para confirmar una alianza entre dos personas o entre dos pueblos.
Pues ni siquiera la Palabra de Dios está exenta del “pacto de sangre”, pero un pacto especial, en este caso el pacto entre Dios y su pueblo. Si en la primera lectura el “pacto de sangre” ocurre de manera fuertemente simbólica por medio del sacrificio de corderos realizado por Moisés en el desierto, en el Evangelio la alianza entre Jesús y sus discípulos se confirma a través de un nuevo y único “pacto de sangre”, en el que ya no se vierte la sangre de animales (como nos recuerda la segunda lectura) sino por la sangre misma de Dios, en la sangre del Hijo derramada en la cruz.
¿Cómo “paga” Israel la deuda contraída con Dios en el desierto? A través del juramento de observar escrupulosamente todo lo que Dios le exige. Idea que se reitera dos veces en la primera lectura: “¡Todos los mandamientos que el Señor ha dado, los ejecutaremos!”; “Como ha dicho el Señor, lo ejecutaremos y os escucharemos”. Sin embargo, la historia del pueblo de Israel parece haber ido de manera muy diferente …
En el Evangelio, Jesús no tiene la pretensión de pedir a sus discípulos el pago de la deuda contraída por él al entregar su vida como nuevo y único sacrificio. Se preocupa, más bien, de decirles que su sangre está “derramada” por su salvación de forma gratuita, sin pedir nada a cambio. Al final de la cena en la que consagra esta “nueva y eterna alianza”, Jesús, junto con ellos, realiza un gesto que podemos pasar desapercibido. Marcos nos dice que después de cantar el himno final, salieron - poco antes, Jesús había dicho que no volvería a beber del fruto de la vid hasta que se completara su misión; y de hecho, Él y sus discípulos dejan de beber la última de las cuatro copas de vino que el rito preveía -la que simbolizaba la venida del Mesías- para ir hacia el Monte de los Olivos.
Los discípulos ignoraban lo que iba a pasar: pero Jesús sabía que iba a cumplir su misión, y además de forma trágica, al punto que pide al Padre, en su conmovedora oración en Getsemaní, que no le permita beber esa última copa de vino, la cuarta, la que en la cena había omitido tomar: “Padre, aleja de mí este cáliz”. Pero finalmente, se acoge a la voluntad de Dios que le llevará, no a beber, sino a verter la última gota de su sangre en la cruz.
¿Qué significa para nosotros todo esto, en el día en que tributamos nuestro honor al Sacramento de la Eucaristía? Significa que, aunque recibamos el Cuerpo y Sangre de Cristo en la comunión, nuestro “pacto de sangre” no se agota solo ahí, ni tampoco acaba en las promesas y propósitos (que luego no cumplimos), ni se termina en un gesto ritual. El pacto continúa “saliendo hacia nuestro monte de los Olivos”, cuando bebemos nuestras propias copas de dolor.
Nuestra comunión con el Señor es efectiva, querida comunidad, en la medida en que continúe en el esfuerzo de la vida cotidiana, en la conciencia de tener que salir y afrontar el sufrimiento, las dificultades, las angustias que a ninguno nos gustan, pero que lamentablemente es imposible eliminar de nuestra vida.
La nueva alianza, entre nosotros y Dios tiene su efecto en la resurrección, y ella se realiza en nuestra vida cuando acudimos a la comunión. Jesús nos acoge con su cuerpo y con su sangre. Este es el propósito de su entrega: tomad para convertirte en lo que recibes. Lo impactante está en lo que sucede dentro del discípulo, aún más que lo que ocurre en el pan y en el vino: él entra como flujo cálido, corre por nuestras venas, su valentía arraiga en nuestros corazones. Dios en mí y yo en él, mi corazón lo absorbe, y nos hacemos uno, una misma vocación: y entonces estamos en este mundo para ser un pedazo de buen pan para el hambre, la alegría y la fuerza del que lo necesita.
Dios se hizo hombre y en cada Eucaristía lo volvemos a escuchar: toma y come, es mi cuerpo; toma y bebe, es mi sangre. Cuerpo y sangre indican toda su existencia, su historia humana, sus manos de carpintero con olor a madera y los agujeros de los clavos, sus lágrimas, sus pasiones, sus pies empapados de perfume y luego de sangre. Antes que dijera: "Tengo hambre", él dijo: "Quiero estar contigo". Me buscó, me espera y se entrega. Sólo hay que acogerlo y dejarse amar.
Hermoso mensaje que nos lleva a reflexionar sobre el significado que para mi como ser humano tiene el recivir a Jesus nuestro Senor en la Santisima eucaristia. Gracis Javi por este bello regalo! 🙏
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