HOMILIA SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

 


HOMILIA EN LA SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN

 

La liturgia de la Iglesia nos invita a celebrar hoy la solemnidad del Corazón de Jesús.  Una fiesta que -después de ser durante años una de las preferidas por los fieles, después de ser una "devoción" a la que se daba mucha importancia- actualmente ocupa un lugar secundario en la consideración de muchos. Quizá esta predilección de hace unos años y este descenso de ahora, se expliquen en buena parte por una cierta manera de presentar (en las imágenes, en los cantos, en el modo de hablar) lo que significa el Sagrado Corazón de Jesús. Será útil buscar en las lecturas que hoy escuchamos, qué sentido tiene para nosotros, para nuestra vida cristiana. 

En la primera lectura hemos escuchado palabras que nos hablan del amor de Dios por su pueblo. Y es importante que digamos que estas palabras del profeta Oseas, no son una excepción en el Antiguo Testamento. A menudo, muchos cristianos, tienen una concepción muy pobre de éste. No es difícil oír que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios duro, severo, lejano, que manda e impone. Es verdad que a veces el pueblo judío se imaginó así a su Dios. Pero a la vez también hallamos una imagen llena de amor. No olvidemos que a menudo el Antiguo Testamento habla de Dios como de un esposo que ama entrañablemente, como de un padre que se preocupa infatigablemente. Un amor que no es blando, sino exigente como cualquier amor verdadero, un amor justo, pero también compasivo, abierto al perdón y que nunca deja de esperar en el hombre. 

Todo ello nos revela que, en progresivo descubrimiento de lo que es Dios, el hombre no haya realidad, que mejor hable de Él que la realidad humana del amor, del amor entre los esposos, del amor de los padres, del amor entre verdaderos amigos. El hombre habla humanamente de Dios porque no tiene otro modo de hablar sino el de las realidades que conoce. 

Pero para que este lenguaje tenga auténtico sentido es preciso que viva en su existencia personal lo qué significa amar, que lo viva en profundidad y exigencia. Si no es así, no sabe cómo hablar de Dios, y lo convierte en un ídolo vacío, en un personaje lejano, lo identifica con las imágenes del todo poderoso, del juez implacable, del rey imperturbable ante la suerte de sus súbditos. Si el hombre no sabe amar, tampoco sabe hablar de Dios, del Dios que es amor. 

En la segunda lectura, san Pablo nos habla de la humanización de este amor que es Dios. Para los creyentes en Jesús, hablar de Dios no es proyectar una experiencia, porque Dios ha amado realmente como un hombre, es hombre, ha vivido el camino humano. El amor de Dios se ha manifestado en el corazón humano de Jesús. Esta es la suprema revelación de Dios: su manifestación en el amor de Jesús. "Por Cristo -dice Pablo- tenemos libre y confiado acceso a Dios". Pero fijémonos cómo Pablo dice también que para que "Cristo habite por la fe en nuestros corazones" es preciso "que el amor sea nuestra raíz y nuestro cimiento", y que sólo así "lograremos abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano". Es decir, no hay otro camino para el conocimiento de Jesucristo que el camino del amor. Si escogemos otro camino no conoceremos al verdadero Señor, o también lo falsearemos. 

Finalmente, en el Evangelio, hallamos dos aspectos decisivos para entender este amor de Jesús. Se nos habla de un amor que se da hasta el extremo, que lucha hasta la muerte. No es, por tanto, el amor del Señor un sentimentalismo, sino una entrega total. No son palabras, sino hechos y hechos que comprometen absolutamente. Su mejor imagen es la del Cristo crucificado, que muere despojado en la cruz. 

Pero se nos habla también de la fecundidad de este amor. Es lo que significa el lenguaje simbólico del evangelio de Juan al hablarnos "de la sangre y del agua" que manan de su costado. 

Sangre y agua, dos símbolos de vida (en el lenguaje judío), dos imágenes de fecundidad. Porque el amor de Jesús no queda infecundo, sino que comunica vida desde su muerte, hasta siempre.

El agua del sacramento del bautismo y el cáliz de la sangre del Señor en la eucaristía, son para nosotros los símbolos de un amor que sigue siendo fecundo. De un amor que hemos de vivir, de un amor que nos hace realmente hijos de Dios.

Démonos ahora unos segundos para pedir al Señor, a su Corazón, que seamos capaces de entregarle nuestro corazón también en bien de los demás, como propósito de esta santa eucaristía. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Podcast Dom V de Cuaresma (B) La ley de la vida

Podcast. Dom I de Cuaresma. El amor orienta el camino

Dom XXV del T.O. La pedagogía de lo profundo