HOMILIA MONASTERIO HERMANAS CONCEPCIONISTAS LEÓN

HOMILIA MONASTERIO 

HERMANAS CONCEPCIONISTAS LEÓN, mayo 27



Tenemos ante Jesús un hombre que seguramente había oído hablar de Él y no quería dejar pasar la ocasión para ‘la pregunta del millón’ Es por esto que lo vemos llegar corriendo. Este hombre, reconoce en Jesús alguien con autoridad, como ya lo había expresado antes la gente, y es por esto que estando ante Jesús se arrodilla. 

 

Inmediatamente lanza al aire su inquietud. No busca sanación ni para él ni para otros. Su pregunta revela un gran deseo de alcanzar altas metas. La pregunta suena así: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? 

 

Maestro bueno: con estas palabras el hombre reconoce en Jesús no solamente un maestro como todos sino un maestro que él califica como bueno y al cual se le puede creer. Notemos que la expresión siguiente no está dicha en uno de esos plurales vagos que a menudo usamos: ¿Qué debemos hacer?, ni tampoco en un impersonal ¿Que hay que hacer? El hombre habla en primera persona: “Qué debo hacer” Mi proceso es mío y de nadie más. 

 

Por toda respuesta Jesús le recuerda que existen los mandamientos como vía para alcanzar la vida eterna y le enumera algunos. Casi sin dejar terminar a Jesús, el hombre le asegura que todo esto lo ha vivido desde joven. En eso no hay novedad para él porque ha sido un judío observante de la ley. Siente que puede hacer algo más pero no sabe qué. 

 

En este momento el texto dice que Jesús lo miró con cariño. Otras traducciones dicen “lo miró y lo amó”. Era un hombre íntegro y estaba preparado para dar un paso más hacia la perfección. En realidad, Jesús lo captó así y por esto le lanzó un reto más: “Aún te falta una cosa”. Es precisamente la frase que el hombre estaba esperando. Es ese más, eso que debía agregar a su vida, y que le estaba faltando, lo que quería saber. Es fácil imaginarnos la mirada con una expresión de interrogante, que le lanzó a Jesús, en espera de que esa cosa faltante. Pero algo no funcionó después. La siguiente frase de Jesús paralizó su deseo. “Ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás una riqueza en el cielo. Luego ven y sígueme”. Era esta una invitación muy radical: 1. Vender todo 2. Darlo a los pobres. 3. Seguir a Jesús. 

 

Jesús lo invita a un despojo y desprendimiento total. Vender todo lo que posee, no precisamente para abrir una cuenta en el banco por si se necesita más tarde. El motivo de venderlo todo es darlo a los pobres, pero el motivo superior es seguir a Jesús. El hecho de darlo todo a los pobres indica un desprendimiento total. Los pobres lo máximo que pueden hacer por ti es agradecerte, pero de ellos no se puede esperar que más tarde te lo devuelvan y menos aún con intereses. 

 

Pero todo esto no tiene sino una única finalidad: “seguir a Jesús” Con el corazón y las manos libres, se puede seguir mejor a Jesús y hacer lo que Él nos diga. Me viene a la mente una frase que encontré en una estampa: “Cuando morimos, dejamos lo que tenemos y nos llevamos lo que dimos”. 

 

Después de estas palabras de Jesús, la mirada de aquel ‘buen’ hombre se nubló. La tristeza invadió su corazón. La riqueza que poseía pudo más que la invitación clara que le hizo Jesús y se retiró de la escena. 

 

Jesús, ante el hecho, dirigiéndose a sus discípulos les dijo: “Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios”. Ya lo habían constatado con la actitud de ese hombre rico, aunque bueno. Como los discípulos se asombraron, Jesús les explicó con un ejemplo lo difícil y casi imposible que era. 

 

La pregunta que a continuación le hicieron sus discípulos: ¿Y quién podrá salvarse?, da a entender como si los ricos fueran la mayoría y eso no era ni ha sido así en ninguna sociedad. Tal vez se podría interpretar como la riqueza no solamente material sino otro tipo de riqueza: poder, prestigio, agresividad, influencias etc. y con esto sí que es difícil entrar en el Reino.

 

Jesús abre la espiral de la esperanza con la respuesta que les da. “Para los hombres es imposible no para Dios porque para Él todo es posible”. 

 

Hermanas, en este lugar donde tanta gente acude en esa búsqueda “aguas tranquilas”, la invitación que os hago desde mi novedad sacerdotal es que ¡Seamos valientes y proclamemos sin miedo a Cristo resucitado, luz y alegría de los cristianos! Con nuestro testimonio. ¡Dejemos que el Espíritu Santo nos transforme para ser capaces de comunicar esto al mundo!

 

Démonos unos segundos para agradecer, con la antífona del salmo “Aclama al Señor tierra entera” por Jesús al Padre, quien nos llama y nos espera en la eucaristía.  

 

 

 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Podcast Dom V de Cuaresma (B) La ley de la vida

Podcast. Dom I de Cuaresma. El amor orienta el camino

Dom XXV del T.O. La pedagogía de lo profundo