HOMILIA EN LA SOLEMNIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA, PARROQUIA DE SAN JUAN Y SAN PEDRO DE RENUEVA
Siempre me ha gustado leer la página del Evangelio de Lucas sobre el nacimiento de Juan Bautista, como una gran conquista por parte de Dios, de los corazones de dos esposos Zacarías e Isabel, que se entregaron a la misericordia del Altísimo y a su modo de conceder la gracia; seguro que, al ver a ese niño, no pudieron dejar de reconocer que el amor de Dios actuó y actúa siempre a pesar de todo.
Su nombre, Juan, en hebreo encuentra su significado: ¡Dios da el don, o Dios da la Gracia, o incluso Dios da misericordia! En ese nombre está el anuncio de lo que Dios ha hecho y hará a través de él; es un nombre que anuncia la misión del niño: llevar a quien le escuche, al Mesías.
Festejar hoy a San Juan Bautista tiene como fin pedirle que nos lleve, en nuestra singularidad, a Cristo que nos llama. Y es precisamente, desde la Palabra escuchada, desde donde buscaremos claridad para responder. Os propongo tres dimensiones a tener en cuenta.
La primera dimensión es la del "ser pensados por Dios". La primera lectura, tomada del profeta Isaías, nos recuerda que siempre hemos sido pensados y amados por Dios; dice “el Señor me llamó desde el vientre materno” ... A veces olvidamos esta verdad: somos pensados y amados por Dios. Muchas veces nos convencemos que la oración es dirigir pensamientos y palabras a Dios, cuando en cambio nos haría mucho bien detenernos y reconocer que él piensa en cada uno desde siempre. Y es que en el salmo lo hemos dicho: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno… mi alma lo reconoce agradecida”. Debemos toda nuestra existencia y nuestra vitalidad a nuestro buen Padre Dios.
Él se complace, se alegra por ti y por mí. Saber que somos pensados por el Alguien que nos ama y que amamos es fundamental. La natividad de San Juan Bautista nos recuerda eso: Dios ha pensado en nosotros también desde el seno materno.
La segunda dimensión es "ser llamado por el nombre". El nombre en la cultura bíblica contiene la identidad y vocación de la persona como ya lo dijimos. Llamar a una persona por su nombre significa amarla, considerarla, reconocerle. Nos sentimos mal cuando no recordamos el nombre de alguien o cuando nos damos cuenta que alguien no recuerda el nuestro. El nombre expresa la dignidad de la persona. A veces tomamos el nombre de quienes nos rodean (es decir a la persona toda) queriendo hacerla solo nuestra, cercenando la identidad y vocación que tiene y olvidando la llamada divvina que hay en ella y que no podemos contener. En el relato evangélico ocurre exactamente esto: los vecinos y parientes dan el nombre al hijo de Isabel y Zacarías. Pero ante el asombro de todos, ellos le llaman Juan; porque estos padres saben que es Dios quien le ha dado el nombre; quien le ha llamado…, él es quien sabe nuestra unicidad y vocación. La natividad de Juan Bautista nos recuerda que: en toda nuestra vida, incluso en las situaciones donde nos alejamos de Dios Padre, él siempre nos llama.
La tercera dimensión es "crecer en gracia". todo el ser de San Juan contiene en sí mismo la obra de gracia de Dios. Dios llama a la vida y da la gracia. El nombre que Dios elige darle al hijo de Isabel y Zacarías indica de dónde venimos y hacia dónde caminamos: Cristo. Él entra inmediatamente en la vida de Juan desde que María visita a Isabel para darle la feliz noticia. La gracia de Dios nos llega, querida comunidad, donde estamos y como somos. La gracia de Dios es su manera de amarnos: su generosidad, su misericordia. Es hermoso pensar que cada uno de nosotros, desde el vientre, hemos recibido la visita de Cristo, su gracia. Es él quien nos ama llamándonos cada día por nuestro nombre ¿hay algo más importante?
Que la natividad de Juan Bautista nos ayude a redescubrir que nacimos del amor y que este amor es pura gracia. Que hoy se haga realidad también en nosotros la palabra que el Evangelio dirige a Juan: “realmente la mano del Señor estaba con él”.
Tomémonos unos segundos para agradecer a Dios Padre, que nos ha llamado a la vida por nuestro nombre y lo que somos, y ofrezcamos nuestra vida como San Juan lo hizo, en esta santa Eucaristía.
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