HOMILIA DE LA SANTA ESPINA - MONASTERIO SAN PEDRO DE LAS DUEÑAS
HOMILIA EN LA CELEBRACIÓN DE LA SANTA ESPINA
MONASTERIO DE SAN PEDRO DE DUEÑAS
1 lec. Hch 20, 34ª-37-43. 2 lec. 1 Cor 1, 18-25. Ev. Jn 12,31-36
Autoridades civiles y eclesiásticas, hermanas del monasterio y fieles todos.
Entre las lecturas que hemos escuchado y la oración que haremos por todos, antes de venerar solemnemente la reliquia de la Santa Espina, detengámonos unos momentos para dejar que el mensaje de Dios penetre en nuestro corazón.
Todos estamos familiarizados con el Santo Cristo y su pasión ya anunciada por Él mismo, como escuchamos de San Juan en su evangelio. A muchos de nosotros nuestras madres nos enseñaron de pequeños hacer la señal de la cruz. Pensemos, ¿qué significa?… Pues queridos hermanos, Cristo que se entrega a la muerte.
El mensaje de la fiesta que hoy celebramos nos lleva al fondo del anuncio de la Pascua que vivimos: dar la vida por amor. El amor de Dios, que se nos ha revelado en Cristo, no como la ayuda de un Padre que no sabe qué es pasar necesidad, qué es padecer, sino poniéndose en la condición humana más desvalida hasta el extremo: "soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores, hasta el extremo"; "Muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre...".
Decía Tertuliano, un escritor cristiano antiguo, que lo que caracteriza al cristianismo es que "anuncia un Dios que muere". Es lo que San Pablo llama en la primera carta a los Corintios "necedad de Dios", que, con todo, ésta es mucho más sabia que todos aquellos que esperaban de Jesús "filosofías" o “sucesos” especiales. Y que Pablo llama también "debilidad de Dios", mucho más poderosa que todos aquellos que anhelaban un poder espectacular.
¿Cuál es esa "sabiduría" y esa "fuerza" de Dios que se manifiesta en la pasión y la cruz? Es ésta: Jesús camino a la cruz nos descubre el camino para ser hombres y mujeres en totalidad, nos abre a la esperanza que nunca decepciona.
Las espinas y la Cruz dan miedo y asustan; pero nosotros encontramos en ellas al Salvador; aceptadas por Jesús se convierten en “yugo llevadero y carga ligera” para la humanidad. Sin embargo, pareciera que nosotros pensáramos que nuestras fallas, problemas y dificultades, antes de acercarnos al amor de Dios, nos separan; creemos que, si Él sabe de mis sufrimientos y pecados, no me amará. Y por ello nos alejamos, buscamos una vida fácil, sin mayores problemas, autoconvenciéndonos que somos buenos porque a nadie le hacemos mal. Pero, al verdadero creyente el Señor le pide más, configurarse con Él, y como Él salir de sí para darse.
Jesús, que en las espinas lleva "los sufrimientos" y aguanta "los dolores" de la humanidad sufriente, es el recuerdo vivo de la pasión de gran parte de la humanidad actual: muertos de hambre en medio de la gran abundancia de muchos otros; países empobrecidos en beneficio de algunos cada día más ricos; personas y pueblos amenazados por un "progreso" que conduce al olvido; manipulación de la libertad y otras formas de violación de la dignidad humana; millones de parados entre una insolidaridad creciente; marginados de todo tipo por una sociedad que en buena parte es la causante de esta marginación... Jesús adolorido con estas espinas, nos desvela de nuestros sueños, nos hace caer la venda de los ojos... y, en Él, el dolor de la humanidad se convierte en dolor de Dios.
Nos enseña también Jesús, el verdadero camino de la existencia humana, es decir, el camino de la condición humana real, sin atajos que nos ahorren la solidaridad con los que sufren: "El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?". Jesús, "aun siendo Hijo, con lo que padeció", se adentró en la situación de los hombres concretos: sintió profundamente el dolor de los que sufren, hambrientos, marginados, angustiados...; luchó por la liberación de sus angustias; y fue rechazado por los que se cerraban a la denuncia hecha con sus acciones y sus palabras. Este es el camino encarnado que nos mostró el Señor...
El signo de las espinas no es un signo de fatalidad, sino de esperanza. Una esperanza que brota en el seno de la forma humana de vivir que nos muestra Jesús: fidelidad a Dios Padre de todos, que reconocemos verdaderamente en la medida que sentimos como hermanos a todos sus hijos; amor a los hermanos, que nos lleva a alentar y a acoger a los más pobres y desvalidos con todas las consecuencias. Esperanza, que surge en medio del dolor de la humanidad, porque desde aquella pasión, en el fondo de este dolor, se encuentra ya para siempre el mismo Dios que es amor y es vida.
Querida comunidad de San Pedro, hermanas benedictinas, acerquémonos al rostro de Cristo, recordado en esta reliquia de la Santa Espina, para compartir su aire de paz y mansedumbre. Que Él nos envíe su Espíritu para agradecer y venerar este signo de humillación, pero a la vez de exaltación, porque en su humildad reconocemos su grandeza. Que la Santa Espina, en la que tenemos tanta fe: aliente nuestro camino cuando sintamos el cansancio de la vida; alivie nuestro dolor en la enfermedad, en la angustia, en la soledad; ayude en nuestro compromiso de salir en pro del que está sólo y necesitado. Y que, Santa María, quien acompañó el dolor de su Hijo, nos ayude a unir nuestro dolor a la pasión de Cristo, tomando fuerza de este sagrado signo, para continuar nuestro peregrinar hacia la vida eterna.
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