Podcast IV Dom. Cuaresma (B) ¡Tú vales la vida de Dios!
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En el pasaje del evangelio que hoy se nos propone, Juan intenta entrar en el gran misterio de Dios. Al fin y al cabo, nos recuerda que Dios ha venido a amarnos, a mostrarnos cómo podemos vivir, de qué pasta estamos hechos.
Este domingo leemos una parte del largo discurso que Jesús tiene con Nicodemo, un fariseo y sabio de su tiempo. Nicodemo va a Jesús porque, aunque tiene un gran conocimiento, siente que le falta algo, percibe que hay algo que va más allá. Es el icono de todos los hombres y mujeres que no están satisfechos... ¡Su vida no es suficiente!
Jesús lo invita a renacer. Le dice: "Querido Nicodemo, si quieres entender quién es Dios, deja esta vida tuya, tu Ley, tus reglas. ¡Renace! Mira la realidad con los ojos de Dios que es sólo amor".
El primer acto de la vida, el nacimiento, no dependió de nosotros; ni siquiera las condiciones que lo permitieron (los padres, el lugar, etc.). Se nos dio y ya. Ha dependido sí de nosotros decidir qué hacer con todo lo que ha venido en este regalo: y ¡este es el renacimiento! Renacer significa tomar conciencia de que la esencia de la vida, es decir, la felicidad, el amor, no son una fortuna, no están confiadas al azar, !Es un regalo que abrir¡ ¡Se elige vivir¡, ¡Se elige amar! ¡Se elige ser feliz! Renacer significa ser protagonista de la propia vida.
Hace un tiempo, en una de las parroquias a la que fui, una señora comenzó a hablar de las guerras y los muchos crímenes que se cometen hoy y -aunque era muy creyente en Dios- me dijo: “¡Tarde o temprano, llegará la justicia divina y finalmente la pagarán!”.
Pero, ¿realmente el Dios de Jesucristo es así? ¿Un Dios implacable, un Dios justiciero sediento de venganza?
Jesús (¡afortunadamente!) Parece pensar de otra manera: “Dios ha amado tanto al mundo que envió a su Hijo... no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve”.
Amigos, Dios eligió salir de sí mismo para sacarnos de la cabeza esta mala idea de Él. Nos habló de un Padre locamente enamorado de la humanidad, de un Padre que da lo más precioso que tiene para hacernos ver hasta qué punto nos ama. Cuanto más tiempo pasa, más me convenzo de que el verdadero problema no es preguntarnos si creemos o no en Dios, ¡sino en qué Dios creemos!
Este “Domingo de la alegría” nos ayuda a pensar en la cruz, en este gran misterio que se ha convertido en el signo de reconocimiento de los cristianos. Porque es en la Cruz que Dios manifestó la medida de su amor.
Muy a menudo, pensamos que la centralidad de la Cruz en la vida cristiana consiste en una especie de amor por el sufrimiento. Quien vive en esta perspectiva ha malinterpretado completamente el mensaje de Cristo, porque el amor a la Cruz no es amor al sufrimiento, sino amor a la gratuidad de Dios.
No deja de ser paradójico para el mundo pensar que Dios nos ha dado la salvación a través de un signo de muerte. Pero esta es la experiencia de la felicidad para nosotros: no un Dios que nos evita la Cruz, sino un Dios que puede salvarnos precisamente a través de ella.
¿Qué enseñanza nos deja esta reflexión?
1. No debemos tener miedo de mirar la cruz. Si estamos insatisfechos o tristes, la culpa no es del trabajo, de los demás, de mi familia, de la crisis, etc. Quizás... estamos vacíos por dentro como Nicodemo.
2. No nos angustiemos por tonterías. ¿Vale la pena arruinarse la vida por pequeñas cosas? Un salesiano decía: “hay que agotarse sólo para el reino de Dios” … aferrémonos a algo más profundo y nuestro sufrimiento no será tan grave. Y cuando nos sintamos angustiados, solos, o un poco deprimidos, miremos hacia arriba y recordemos lo que Jesús le dijo a Nicodemo: “Dios ha amado tanto al mundo que ha dado a su Hijo unigénito”. Pongamos en lugar del “mundo” nuestro nombre: “Dios ha amado tanto a Pablo, María, Javier, Lucía, que ha dado a su Hijo unigénito”. ¿No nos sentimos protegidos? ¿No nos sentimos entre los brazos grandes y cálidos de Dios?
Esto es lo que valemos: ¡Dios ha dado la vida por nosotros, por ti! ¡Dios te ama hasta morir! ¡Tú eres su pasión! Sí, es así: ¡vales la vida de Dios!
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