Podcast. III Dom de Cuaresma (B). El verdadero culto es decir sí a Dios


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La liturgia del domingo pasado nos recordaba la transfiguración de Jesús, esta se produce para el consuelo de los discípulos que no entienden y están cada vez más desconcertados por los acontecimientos y las palabras del Maestro anunciando su muerte y resurrección.

La liturgia de este domingo nos presenta a Jesús restaurando la relación entre los hombres y Dios. Ahora es necesario adorar a Dios en Espíritu y verdad.

El episodio del templo, que Juan coloca al principio de su evangelio, quiere hacernos comprender cómo el templo es el lugar donde habita Dios, donde los hombres deben estar allí como hijos, donde encuentran sus dones.

Los signos de este domingo son: la ley, los milagros, el culto, todos elementos que nos presentan un Dios diferente al amoroso que quiere darnos a conocer a Jesús.

En la primera lectura, tomada del libro del Éxodo, se nos vuelve a proponer el relato en el que Dios le da a Moisés el decálogo.

Dios quiere hacer entender a los hombres que los sacó de la esclavitud de Egipto para hacerlos libres, hacerlos sus hijos y por eso le dice al pueblo estas diez “palabras”: "Yo soy tu único Dios. No pronuncies en vano el nombre del Señor, recuerda santificar el día del sábado, trabajarás durante seis días pero el séptimo sábado tú y todos tus familiares, incluidos tus animales, no trabajarán para santificar este día en el que Dios también ha descansado después de haber creado el cielo y la tierra y todos sus habitantes, honra a tu padre y a tu madre, no matarás a tu prójimo, no cometerás adulterio, no robarás, no pronunciarás falso testimonio contra tu prójimo, no desearás la casa de tu prójimo, ni la esposa de tu prójimo y ni siquiera cualquier tener".

Los judíos no hablaban de mandamientos, sino que hablaban de las diez palabras de la revelación, que el Señor Dios había dado a Moisés y que debían seguir en la vida y al observarlas les `permitían ser capaces de amar a Dios.

Cuando se habla de los mandamientos, mucha gente piensa que es la lista de los “no”, casi como si las enseñanzas de la Iglesia fueran sólo prohibiciones, llenas de cosas que no hay que hacer, imposiciones inalcanzables de realizar. Dios dio al pueblo la ley, para que, a través de estas enseñanzas, pudiera llegar a ser libre y no esclavo de todas las negatividades que existen dentro de él. Si observas lo que Dios ha dicho, te vuelves verdaderamente libre de vivir en el amor del que habla Jesús.

Con el estribillo del salmo responsorial, “Señor tienes palabras de vida eterna” el pueblo reconoce que la ley del Señor es perfecta, refresca el alma.

En la segunda lectura, extraída de la primera carta a los Corintios, el Apóstol Pablo habla a los hermanos, recordándoles que, mientras los judíos piden signos y los griegos piden sabiduría, nosotros anunciamos a Cristo crucificado, Él, de hecho, es el poder y la sabiduría de Dios. Se podría pensar que Dios sólo sirve para hacer milagros, para realizar cosas grandiosas, en cambio Cristo se encuentra en el silencio de la cruz, donde demuestra todo el inmenso amor que tiene por los hombres.

El evangelista Juan sitúa el episodio de Jesús y los comerciantes del templo al comienzo de su evangelio.

En la medida que se acercaba la Pascua, Jesús subió a Jerusalén, al Templo, donde encontró mercaderes vendiendo animales y cambistas vendiendo monedas. Hizo un látigo y echó a todos fuera del templo diciéndoles que no hicieran de la casa del Padre un mercado.

Los judíos le preguntaron a Jesús: “¿con qué autoridad hace estas cosas?” Y Jesús les respondió: “Destruid este templo y yo lo reconstruiré en tres días”. El no hablaba del templo físico, sino de su cuerpo y sus discípulos, después de su resurrección, recordaron lo que les había dicho y creyeron en su Palabra.

Jesús, al echar a los comerciantes del templo, lo purifica, hace comprender a los hombres cómo debe ser el culto a Dios, puro y fiel; en el templo sólo se debe celebrar una liturgia de amor.

Todas las acciones de la Cuaresma llevan a la celebración de este misterio en la pascua. Sin embargo, puede ser que acojamos todo esto con excesiva despreocupación. Al igual que con los mercaderes del templo, la religión va teniendo un valor que poco tiene que ver con la santidad a la que estamos llamados. 

En este tiempo que la Iglesia nos señala para la reflexión, purifiquemos nuestra fe, nuestra esperanza y démonos un tiempo para reconocer lo importante de lo superfluo como Dios lo conoce.


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