Podcast Dom V de Cuaresma (B) La ley de la vida
El contexto es el de la tercera y última Pascua vivida por Jesús en Jerusalén.
Él entra en la ciudad aclamado por la multitud, pero los sumos sacerdotes han decidido condenarlo a muerte. Como en cualquier gran fiesta, habían subido a Jerusalén griegos que habían oído hablar del Maestro. Acercándose a Felipe le preguntan: “Queremos ver a Jesús”. Juan utiliza un verbo que no indica un simple “ver”, sino un ir más allá de las apariencias, un ver para conocer y entender.
Jesús está ante el momento crucial de su vida: debe decidir si ir hasta el final o detenerse. Sabía que la decisión de ir a Jerusalén sería una elección sin retorno. Nada volvería a ser nunca más como antes, Sabe que tiene que ir a Jerusalén ahora y lo hace.
El evangelista Juan utiliza varias veces el término “gloria” (doxa). que es cuando Dios se manifiesta, se hace visible, transparente; la culminación de ésta es la cruz.
Y para ser entendido su sacrificio, Jesús utiliza la metáfora del grano de trigo.
En hebreo “bar” es el “grano de trigo”, pero también es el “hijo”.
No sólo podemos traducir que el grano de trigo debe morir para dar mucho fruto, sino también que el Hijo debe morir para dar mucho fruto. Ojo: el centro de la frase no es el morir, sino el “mucho fruto”. El centro es la fecundidad, no el sacrificio.
Hay que plantar la semilla, pero hay que esperar a que muera para dar fruto. Y a veces estos brotes surgen ante los ojos en los lugares y tiempos más insospechables...
La metáfora utilizada por Jesús describe tanto una ley universal como su propia vida.
Aquí está la ley universal: Dios está en mí como una semilla. La semilla contiene en sí el principio de muerte y vida porque tiene que morir, desaparecer, para poder vivir. Es la ley de la evolución espiritual: para que Él nazca, yo (el yo) muere.
Paradójicamente, los que no quieren morir (es decir, transformarse, cambiar) realmente morirán. No se puede vivir y pensar en no sufrir nunca, en evitar el dolor, las dificultades, los conflictos. Morir significa caer al suelo, chocar con la realidad de la vida y levantarse.
Sin embargo, en esa frase también está encerrado el secreto de la vida: sólo si se gasta en algo grande tiene sentido. Habrá ocurrido que todo el mundo conozca a personas que viven para sí mismas: son una semilla que ha caído al suelo pero que no da fruto. Su vida no ayuda a nadie. Pasan, pero no dejan rastros detrás de ellos.
En la segunda parte del pasaje, Juan deja intuir la angustia de Jesús. No contará el drama de Getsemaní, lo hace aquí. Presenta toda su perturbación
Él quería anunciar a los hombres el verdadero rostro de Dios y ahora se encuentra en una encrucijada. O salvar su vida, traicionando su misión o perder su vida y continuar hasta el final. Jesús no tiene miedo a la muerte, tiene miedo al riesgo de la insignificancia de esta. Es la angustia de acabar en la nada, la angustia de sentirse traicionado, el miedo al fracaso.
Las señales, las palabras bonitas no fueron suficientes. Los hombres no lo entendieron. Prefirieron creer en un Dios que recompensa a los buenos y castiga a los malos, un Dios que se puede mantener a raya con algún sacrificio, que un Dios que ama con locura a los justos y a los injustos, que sólo sabe amar y que no espera el arrepentimiento del hombre para concederle el perdón.
Imagino la angustia de Jesús: Mis queridos apóstoles no entendieron nada a pesar de haber permanecido conmigo día y noche. ¿Serán ahora capaces de arriesgar su vida por mí?". Jesús siente toda la angustia de ser olvidado.
Un grano de trigo es el “casi nada”, como el hombre. Ninguno de nosotros tiene cosas importantes que dar, pero Dios consigue tomar este “casi nada” y obtiene mucho fruto de ello.
Él entra en la ciudad aclamado por la multitud, pero los sumos sacerdotes han decidido condenarlo a muerte. Como en cualquier gran fiesta, habían subido a Jerusalén griegos que habían oído hablar del Maestro. Acercándose a Felipe le preguntan: “Queremos ver a Jesús”. Juan utiliza un verbo que no indica un simple “ver”, sino un ir más allá de las apariencias, un ver para conocer y entender.
Jesús está ante el momento crucial de su vida: debe decidir si ir hasta el final o detenerse. Sabía que la decisión de ir a Jerusalén sería una elección sin retorno. Nada volvería a ser nunca más como antes, Sabe que tiene que ir a Jerusalén ahora y lo hace.
El evangelista Juan utiliza varias veces el término “gloria” (doxa). que es cuando Dios se manifiesta, se hace visible, transparente; la culminación de ésta es la cruz.
Y para ser entendido su sacrificio, Jesús utiliza la metáfora del grano de trigo.
En hebreo “bar” es el “grano de trigo”, pero también es el “hijo”.
No sólo podemos traducir que el grano de trigo debe morir para dar mucho fruto, sino también que el Hijo debe morir para dar mucho fruto. Ojo: el centro de la frase no es el morir, sino el “mucho fruto”. El centro es la fecundidad, no el sacrificio.
Hay que plantar la semilla, pero hay que esperar a que muera para dar fruto. Y a veces estos brotes surgen ante los ojos en los lugares y tiempos más insospechables...
La metáfora utilizada por Jesús describe tanto una ley universal como su propia vida.
Aquí está la ley universal: Dios está en mí como una semilla. La semilla contiene en sí el principio de muerte y vida porque tiene que morir, desaparecer, para poder vivir. Es la ley de la evolución espiritual: para que Él nazca, yo (el yo) muere.
Paradójicamente, los que no quieren morir (es decir, transformarse, cambiar) realmente morirán. No se puede vivir y pensar en no sufrir nunca, en evitar el dolor, las dificultades, los conflictos. Morir significa caer al suelo, chocar con la realidad de la vida y levantarse.
Sin embargo, en esa frase también está encerrado el secreto de la vida: sólo si se gasta en algo grande tiene sentido. Habrá ocurrido que todo el mundo conozca a personas que viven para sí mismas: son una semilla que ha caído al suelo pero que no da fruto. Su vida no ayuda a nadie. Pasan, pero no dejan rastros detrás de ellos.
En la segunda parte del pasaje, Juan deja intuir la angustia de Jesús. No contará el drama de Getsemaní, lo hace aquí. Presenta toda su perturbación
Él quería anunciar a los hombres el verdadero rostro de Dios y ahora se encuentra en una encrucijada. O salvar su vida, traicionando su misión o perder su vida y continuar hasta el final. Jesús no tiene miedo a la muerte, tiene miedo al riesgo de la insignificancia de esta. Es la angustia de acabar en la nada, la angustia de sentirse traicionado, el miedo al fracaso.
Las señales, las palabras bonitas no fueron suficientes. Los hombres no lo entendieron. Prefirieron creer en un Dios que recompensa a los buenos y castiga a los malos, un Dios que se puede mantener a raya con algún sacrificio, que un Dios que ama con locura a los justos y a los injustos, que sólo sabe amar y que no espera el arrepentimiento del hombre para concederle el perdón.
Imagino la angustia de Jesús: Mis queridos apóstoles no entendieron nada a pesar de haber permanecido conmigo día y noche. ¿Serán ahora capaces de arriesgar su vida por mí?". Jesús siente toda la angustia de ser olvidado.
Un grano de trigo es el “casi nada”, como el hombre. Ninguno de nosotros tiene cosas importantes que dar, pero Dios consigue tomar este “casi nada” y obtiene mucho fruto de ello.
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