Podcast. Dom IV del T.O. Asombremos también al mundo.

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La liturgia del domingo pasado nos advertía de la llegada del Reino. Para acogerlo el corazón debe estar dispuesto, convertirse y creer en el evangelio; los discípulos deben ser los primeros llamados a confiar y dar testimonio. 

 

Hoy, el evangelista Marcos nos presenta a Jesús predicando en la sinagoga; quienes lo escuchan reconocen que habla con autoridad, ese predicador tiene una fuerza de atracción que supera a los que escuchaban siempre y eran oficialmente reconocidos. 

 

En la primera lectura, tomada del libro de Deuteronomio, Moisés habla al pueblo diciendo que vendrá un profeta que les hablará y será escuchado, porque hablará en nombre de Dios, y por hacerlo deberá incluso morir. 

 

La figura del profeta elegido por Yahvé, es el centro del texto: él “habla en mi nombre”, dice el Señor. Su palabra es veraz y debe ser escuchada, meditada, acogida y vivida por cada uno haciéndola fecunda. Advierte también sobre los falsos profetas, que confunden, diciendo cosas atractivas y haciendo creer que son verdad. Quien se deja llevar por ellos, se aleja del Señor.

 

Para nosotros, escuchar las palabras del profeta debe provocarnos una crisis profunda, incluso dolorosa, que nos lleven a la conversión. Por otro lado, si seguimos los caminos fáciles, como hoy se nos presentan, difícilmente acogeremos la palabra de Dios en nuestra vida, haciéndola a un lado o igualándola con la voz del mundo.

 

La segunda lectura de san Pablo a los Corintios, nos recuerda que la fidelidad es siempre un don y debe pedirse constantemente al Señor. Pablo anuncia que se puede servir al Señor en cualquier situación de la vida, siempre que sea en su nombre. Sabemos que la fidelidad puede resultar agotadora porque nos exige constancia, pero es la única manera a través de la cual podemos servir al Señor en la vocación a la que cada uno está llamado.

 

Nos dice que, tanto la vocación al matrimonio, como a la virginidad, pueden estar expuestas sino hay vigilancia convirtiéndose en una moral relativista adaptada a intereses personales, y olvidando los deberes a seguir, según el querer de Dios.

 

En el evangelio, Jesús es el profeta que anuncia con autoridad la palabra de Dios y por quien Dios evidencia su amor a la humanidad. Escucharle debe suscitar el deseo de seguirle. 

 

El espíritu malo sale del poseído porque Dios desea la salvación de este, y solo Él puede expulsar el mal del corazón de los hombres. Jesús tiene la autoridad de su Padre, y la dará a sus elegidos para actuar siempre contra el mal. 

 

Escuchar la Palabra de Dios es escuchar hoy a Jesús; éste es nuestro deber fundamental como cristianos si queremos seguirle con autenticidad. Pero se requiere que estemos en sintonía, que busquemos la Palabra que da vida, que nos regeneremos continuamente en ella. Así seremos discípulos dóciles a los que el Señor confiará su misión, y en su nombre y con su autoridad también nos enviará. 

 

No escuchar la voz de Cristo, la voz de la Iglesia, la voz de los profetas actuales como nuestro santo padre el Papa o los obispos, significa quedar a la deriva en una situación de vulnerabilidad ante la confusión y el mal. 

 

Necesitamos renovarnos, pero para ser fieles a Cristo que es la novedad de la historia y de la humanidad.

 

Necesitamos echar raíces en Él, pero para salir en pro de la caridad, la misericordia y la bondad.

 

Necesitamos valentía y pasión, para romper el hielo de la indiferencia y encender las brasas de la fraternidad.

 

El mundo debe ver que lo que profesamos con los labios, también lo realizamos en obras, solo así, asombraremos e interrogaremos al mundo, como el Maestro. El mundo necesita testigos. 


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