Podcast, Dom. Fiesta - La Familia de Nazaret no es un “ideal para imitar"
Muy buen domingo, 31 de diciembre, último día del año 2023. Hoy en tiempo de la Palabra haremos una pequeña reflexión en torno al evangelio que nos propone la Iglesia para esta fiesta de la Sagrada Familia.
Por un lado, la conexión entre la fiesta de Navidad y la de la Santa Familia es muy obvia y fácil de entender. Pero por otro, creo que muchos sentimos cierta resistencia al oír decir que la familia de Jesús es el modelo que debemos imitar en nuestras familias. Si prestamos atención a las pocas páginas del Evangelio que nos hablan de María y José, nos damos cuenta que las situaciones que vivieron no fueron fáciles ni deseables; pensándolo bien ¡nos sale una imagen familiar que está lejos de ser ideal!
Pienso que es importante ir más allá para poder descubrir una nueva forma de conectar a la Santa Familia de Nazaret con nosotros… necesitamos algo que hable a nuestra vida de una manera menos abstracta y más concreta, más cerca de los interrogantes de la vida. Podemos, sin perder el respeto por la santidad de estos personajes, mirarlos en las situaciones humanas que tuvieron que afrontar: sin la aureola y sin los ángeles que los evangelios escenifican y que María y José seguro no veían ni escuchaban de la manera descrita por los autores inspirados Mateo y Lucas.
Pensemos en el embarazo de María, en la dificultad de entender cuánto estaba viviendo; pensemos en la conmoción de José cuando se enteró de esto, y en cómo decidió acoger a María en su casa reconociendo que ese hijo era suyo y sufriendo la vergüenza de quienes no habían respetado los tiempos marcados por la ley para vivir como marido y mujer. O el nacimiento de ese Hijo no programado ocurrido en condiciones fatales, donde tuvieron que conformarse y adaptarse al corral de los animales…
Luego se nos presenta la escena de unos padres observadores de la ley que llevan al niño al Templo; después de los ritos legales, encuentran la sorpresa del anciano Simeón que reconoce en su hijo la luz de los pueblos y la gloria de Israel; pero que también lo presenta como “signo de contradicción”; esto seguro no les fue fácil de comprender; además, anuncia a María que una espada le atravesará la vida, es decir, le augura que estar al lado de este hijo será un camino marcado por el sufrimiento.
Después, José y María regresan a Nazaret y comienzan la vida de una familia normal, igual a todas las demás de la región, dedicados a cuidar y educar a ese hijo que como un misterio había entrado en su vida. También está el pasaje de la primera peregrinación por la Pascua a Jerusalén con Jesús. En esa ocasión se enfrentan a otra tragedia: cuando vuelven, descubren que Jesús no está con ellos, y regresando a Jerusalén con el corazón en la garganta lo encuentran después de tres días en el Templo ¿Por qué nos has hecho esto?, pregunta María. ¿No lo sabías? Tengo que quedarme en la casa de mi padre, responde Jesús. ¿Cómo podían entender esas palabras? ¿Y cómo explicarse que, después de ese momento, Jesús regresa con ellos a Nazaret y lleva una vida como la de todos los demás chavales? Y cuando llega a la edad en la que los jóvenes toman esposa, él no, se queda en la familia. Los textos nos dicen que años más tarde va para Judea, permanece por allí, y un buen día está de vuelta. José y María lo ven en la Sinagoga, un sábado; de hecho, ya en Galilea se empezaba a hablar de este maestro de Nazaret. Allí lee un texto de Isaías y lo comenta: “hoy se cumple ante vosotros esta palabra”. Y la gente le pide milagros, pero él no los satisface, y por ello luego quieren matarlo…
En verdad no atrae una vida así, no es fácil desearla como ideal familiar. Sin embargo, precisamente en esa familia ocurrió la “buena noticia” que transformó la historia. Allí nació y creció un niño que es Dios-entre nosotros, el Emmanuel. Desde entonces, Él está dentro de cada corazón, dentro de cada familia, dentro de cada situación. Ya no hay historia familiar, ni siquiera la más difícil y dolorosa, que no esté misteriosamente custodiada y salvada por Dios.
Antes de que se imite, a esta familia debe agradecérsele que nos mostró que Dios está con cada familia. También que nos enseñó a acoger al Emmanuel, ellos, María y José, aceptaron rehacer su plan de vida literalmente dando paso a Dios, confiando únicamente en su promesa. Nos mostraron que ninguno puede programar ni determinar toda su vida, pero sí que puede responder libremente confiando en que Dios siempre hace nuevo el camino.
Y por último, la familia de Nazaret nos muestra el secreto para hacer de nuestras familias lugares donde experimentar la gracia del Evangelio: “Jesús bajó con ellos y vino a Nazaret y estaba sometido a ellos” (Lc 2,51). En cada relación, especialmente en las familiares, entra una nueva lógica, la de la obediencia mutua, la del servicio mutuo, donde nadie es más grande que el otro. La “felicidad” de la vida de las familias, según el Evangelio, no depende de que todo vaya bien, de que no haya dificultades y errores; sino en la capacidad de dedicar la propia vida a promover la de los demás.
La Familia de Nazaret no es un “ideal para imitar”; pero contiene y revela la “buena noticia” de Dios. Para todos hay una historia compleja que vivir, pero no estamos solos, el hijo de Dios habita en nuestras familias, y nos da la fuerza para servir a la vida, apoyándonos en una esperanza fiable en el amor.
Contemplando la buena noticia de la familia de Nazaret, podemos vivir nuestras historias familiares en gratitud y esperanza.
Hoy termina este año, a las 12 daremos paso al nuevo, recibámoslo con el abrazo de nuestras familias, ya sea al lado o en la distancia y agradezcamos por ellas y por la de Nazaret a nuestro Dios. FELIZ Y VENTUROSO NUEVO AÑO.
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