Podcast. Dom. XXX del T.O. Palabra acogida, amor desplegado



Buenos días y bendecido domingo en el Señor. Hoy en tiempo de la palabra, estamos atentos a las lecturas que nos ofrece la liturgia en este XXX domingo del T.O.

Volvemos a hablar de coherencia. Decíamos el domingo pasado, que en nosotros no debe haber división entre nuestra vida con Dios y nuestra vida diaria, representada por la moneda del César. Continúa entonces esta discusión entre Jesús y los del Sanedrín. 

La cuestión gira en torno a la pregunta ¿Cuál es el mandamiento más grande? Recordemos, que los pasajes de los domingos anteriores, nos dejaban ver la doble intención de los fariseos. 

Él les respondió: " Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el gran y primer mandamiento. El segundo es similar a aquel: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. 

Esta, resulta ser una respuesta clara para nosotros hoy: amar a Dios y amar al prójimo. Sin embargo, no es tan sencillo. "Amar a Dios" no significa querer el bien de Dios, no significa ofrecerle algo: amar a Dios significa ponerse a disposición para que su acción se convierta en amor en nosotros, y cuando verdaderamente se convierte en amor, se convierte en don para los demás. El amor no se aprende de una vez por todas, el amor crece en cantidad y calidad a medida que pasa el tiempo; las necesidades de apertura y comunión se hacen cada vez más profundas. 

Para ilustrar mejor cómo transforma la auténtica acogida del Amor, con mayúscula, acerquémonos mas detenidamente al texto de la carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses, que es la segunda lectura para hoy.

Esta carta inicia con un sentido elogio de Pablo a la fe, la esperanza y la caridad vividas en la comunidad, que se ha traducido en un extraordinario impulso misionero: “A través de vosotros la palabra del Señor resuena no sólo en Macedonia y Acaya, sino que vuestra fe en Dios se ha extendido por todas partes, tanto para que no necesitemos hablar de ello”.

El capítulo 17 de los Hechos de los Apóstoles nos narra algo de cómo se realizó la evangelización de Pablo entre los tesalonicenses. Nos habla que durante tres sábados Pablo discutió con [los judíos] basándose en las Escrituras, explicando que Cristo debía morir y resucitar de entre los muertos, y que este Cristo es aquel Jesús que les anuncia. Su predicación consistía en explicar cómo Jesucristo es la clave para entender las Escrituras. 

En los Hechos se relata que algunos se convencieron y se unieron a Pablo y a Silas, también un gran número de griegos, y algunas mujeres de la nobleza. Pero, su evangelización despertó envidia y una oposición violenta y repentina, por la cual Pablo se ve obligado a huir dejando comenzada la evangelización sin haber podido profundizarla.

Retomando el texto de la carta a los tesalonicenses, no sorprende constatar que Pablo esté muy preocupado por el destino de la comunidad. Teme que aún sea frágil para sobrevivir por sí sola después de su partida. Él envía tiempo después a algunos de sus colaboradores a verificar la situación y descubre con sorpresa que no sólo no ha desaparecido, sino que a su vez se ha vuelto evangelizadora y que en ella reinan la fe, la esperanza y la caridad.

¿Cuál fue - nos preguntamos entonces - el secreto de esta comunidad? ¿Qué le permitió desarrollar tan rápidamente tal fe, esperanza y caridad como para poder resistir todas las persecuciones... y poder, incluso sin la ayuda de Pablo u otros ministros, vivir una vida cristiana tan sólida?

Este secreto es revelado en esta carta en el capítulo 2, cuando Pablo afirma: “Damos continuamente gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios que os hicimos oír, la recibisteis no como palabra de hombres, sino como palabra de Dios, obrando en vosotros, los que creéis”.

¡Aquí está el secreto revelado! Esto explica la fecundidad de esta comunidad, a pesar de la extrema precariedad en la que se encontraba inmediatamente después de su primera evangelización. La respuesta estuvo en la seriedad con la que acogieron la palabra de Dios, es decir, como palabra que actúa en el corazón de los creyentes.

Dice la carta a los hebreos: “La Palabra de Dios actúa, es viva, eficaz y más cortante que una espada de doble filo; Penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y de los tuétanos, y discierne los sentimientos y pensamientos del corazón”.

La lectura de la palabra de Dios, entonces, nos pone en contacto con una realidad viva, que obra, que cambia el corazón, que alimenta la fe, la esperanza y la caridad.  En esta Palabra se nos da el significado del plan de salvación de Dios para nosotros, que no es otro que reconocer que Dios ha sido quien primero nos amó y salió a nuestro encuentro encarnándose en nuestra realidad humana; por ello debemos amarle, porque en Él se renueva nuestro consuelo, se fortalece nuestra fe, se despierta la caridad en nuestro corazón, se alimenta la esperanza incluso en medio de la oscuridad del momento presente, amarlo nos asegura que Dios nunca nos abandonará.

El secreto para acceder a la misma fecundidad que la comunidad de Tesalónica depende pues, de la calidad de nuestra relación de amor con la Palabra de Dios: basta con abrir el Evangelio, aunque sea por unos minutos, buscar una o dos frases que nos hablen de manera particular conservándolas en nuestro corazón. 

Para nosotros, ¿Cómo acoger hoy, ahora, la novedad del mensaje de Jesús “Amarás…”?

Pidamos al Espíritu Santo que nos haga acogedores del amor de Dios para que seamos también capaces de amarle, a Él en nuestro prójimo. ¡Feliz domingo! 

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