Podcast - Dom XXV del T.O. ... Trabajé mas, merezco más...

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La liturgia de la Palabra una vez más nos deja ver que la lógica de Dios supera la nuestra. Repasemos el texto escuchado en el Evangelio. Jesús cuenta a sus oyentes la parábola de los trabajadores. A primera hora un Señor contrata trabajadores para un día de labor en su viña; acuerda con un grupo un denario (la moneda de la época) por la jornada. Una escena repetida por muchos cada mañana en Galilea. Sin embargo, a media jornada contrata un nuevo grupo, y así hasta faltando una hora para el atardecer..., esto no era normal... El señor les dice a todos que recibirán la cantidad correcta. Llama la atención que salga y pase el día buscando gente para trabajar. Una vez finalizada la jornada paga el salario. El señor se comporta correctamente y comienza por los últimos. Pero sorpresa, a todos les paga por igual, la misma cantidad sin mas.

Ante esta situación, era inevitable la murmuración y el descontento de algunos trabajadores que recibieron lo mismo, aunque trabajaron mas. Juzgaban desde su justicia: “tanto como has dado, tienes derecho a recibir”.

Con Dios es diferente, no es el mérito, sino la disponibilidad y generosidad lo que pesa. De hecho, el descontento de los trabajadores primeros no fue por el dinero, sino por la igualdad de trato con lo últimos. No quieren renunciar a ser los primeros, no admiten que se pueda tratar a otros como a ellos.

Este pasaje tiene un gran valor eclesial ¿Cómo entendemos nuestra relación con Dios: un servicio o un encuentro? Si es el servicio, necesariamente nos comparamos con los demás y entramos en una situación competitiva: “trabajé mas duro, merezco más”.

Sin embargo, si hay un encuentro con el Señor, incluso el cansancio del día es un regalo de amor, de generosidad que le hacemos a Él, y su bondad es una razón para agradecer.

La novedad de la acción de Dios no reside en la arbitrariedad o la injusticia, sino en la gratuidad y el amor. Ama y espera tanto de los primeros trabajadores como de los últimos, y por eso los trata a todos por igual.

El Dios Padre, quiere encontrarse con cada uno, justo o pecador; la parábola así, es una llamada a la conversión de los pecadores y también de los justos; el pecador descubre en el amor gratuito de Dios el impulso para su conversión; la del justo surge del encuentro inesperado con Dios que lo lleva mas allá de los limites de las leyes morales, civiles y religiosas para introducirlo en el horizonte de la donación y la gratuidad.

Los conceptos de primero y último, han hecho tanto mal a la humanidad...; desgraciadamente se recurre a los honores y reconocimientos, avalados por ganancias desiguales. Para el Señor es una cosa muy diferente, el quiere que todos se salven y formen parte del Reino desde el primer hasta el ultimo momento de la vida. Nadie está excluido del amor gratuito de Dios, por ello el sale tantas veces como sea necesario a buscar a quienes no estén comprometidos con su proyecto de salvación.

Para ponernos en el camino correcto nos ayuda la primera lectura del profeta Isaías, en la que se nos recuerda brevemente que los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos. Dios camina y actúa por otros caminos que no son los cálculos y beneficios humanos Por eso es una necesidad interna buscar al Señor como nos invita a hacerlo el profeta. Inclusive la segunda lectura, de la Carta de San Pablo a los Filipenses, está en sintonía con el Evangelio; es una invitación a poner a Cristo en el centro de nuestra vida y no nuestras afirmaciones personales y egoístas en perjuicio de los demás.

El mensaje es que somos del Señor y, siendo propiedad de Dios, debemos comportarnos de manera digna como lo exige el evangelio de Cristo, reflejar en nuestros pensamientos y obras el evangelio que hemos aceptado y hecho nuestro; pidamos al Señor esta gracia de fidelidad y gratuidad hasta el final de nuestra vida.

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