DOMINGO XXII DEL T.O. - Cuánto cuesta... -

 


En esos momentos en que reflexionamos nuestra fe, nos hemos preguntado ¿por qué Dios cambia su manera de tratar con nosotros? ¿hemos reparado en que Dios no siempre nos trata igual?  A menudo siento que un día Dios nos lleva en la palma de su mano - y todo está bien en nuestra relación con Él - y al día siguiente nos "reprende", o en todo caso no nos apoya, y luego se distancia de nosotros…  Esta situación es similar a lo ocurrido entre Jesús y Pedro: primero lo proclama “cabeza” de los apóstoles (el domingo pasado lo escuchamos), y hoy le define como “satanás”, casi enemigo del plan de Dios… 

Hay que decir que esto no es muy diferente a lo que hacemos nosotros mismos con él: un día vivimos con alegría, ilusión, deseo nuestro ser cristianos, afirmamos creer en él, lo proclamamos Hijo de Dios y Señor de nuestra vida… y al día siguiente … todo lo contrario, le reprochamos, exigimos que haga nuestra voluntad … Somos cada uno un “Pedro”, que reconoce con entusiasmo a Jesús como el Mesías, pero tiempo después lo llama aparte para reprenderle y decirle que no está de acuerdo con su manera de ser Mesías, alejándole de los otros, quizá para no quedar mal sobre lo que verdaderamente pensaba, oculto, secreto, como hace el maligno … Pero Jesús se da cuenta, entiende qué pasa y lo desenmascara inmediatamente.

Ojo, esta actitud de Pedro no echa para atrás su grandeza como apóstol, sino todo lo contrario. El evangelista Mateo, quiere que entendamos que algunas veces Dios y nosotros estamos en longitudes de onda diferentes, que vamos en caminos paralelos, que recorremos tramos del sendero de la vida sin siquiera encontrarnos; quizás porque tenemos diferentes formas de ver las cosas, quizás porque, como le reclama Jesús a Pedro, no pensamos según los pensamientos de Dios, por nuestra naturaleza humana, que no podemos negarla porque es nuestra esencia. 

Pero hoy Dios nos quiere hacer ver que, aunque seamos libres de pensar desde nuestra realidad, de vez en cuando espera que también pensemos como él, y no le faltan herramientas para asegurarse de hacérnoslo saber.

Las lecturas que hoy escuchamos nos las presentan. 

Jeremías habla de su experiencia de Dios como una experiencia dolorosa y pesada, de la que había estado tentado a escapar varias veces porque estaba cansado de tener que anunciar a los hombres una palabra molesta e indigerible, una palabra -la de Dios- que sólo provocaba en él molestia. Sin embargo, ante su deseo de abandonar a Dios, siente que no puede vivir sin Él, siente dentro de sí como un fuego ardiente, contenido en sus huesos, imposible de contener; se siente seducido por Dios.

Dios también usa otro método: la exhortación, como nos lo presenta San Pablo en la carta a los Romanos. Por la misericordia de Dios que él experimentó directamente en su vida, nos exhorta a transformar nuestra vida, a convertirla en un sacrificio agradable a Dios, y nos invita, especialmente, a transformar nuestro modo de pensar "para discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto".

Y, menos agradable, pero necesario: el reproche. Nos dice, como a Pedro, que nos pongamos en nuestro lugar, que nos pongamos detrás de él, que lo sigamos -como buenos discípulos - no con nuestra mentalidad, sino con la mentalidad de Dios. Nuestra mentalidad es la de querer un Mesías a nuestro lado, un Cristo "Hijo del Dios vivo" inmortal y triunfante sobre sus enemigos, a quien nada malo le puede suceder jamás. La mentalidad de Dios es la de un Mesías, Hijo de Dios vivo, pero también Hijo del Hombre, de la humanidad sufriente, con quien eligió compartirlo todo, incluso la cruz, el sufrimiento y la muerte, único camino para alcanzar la gloria de la Resurrección.

Dios nos seduce, nos exhorta y nos reprende; pero debemos tener mucho cuidado en conformar nuestra mentalidad a la suya y no a la de este mundo. Porque incluso el señor de este mundo, Satanás, nos seduce, nos exhorta y nos reprocha, si no hacemos lo que nos pide.

La respuesta del Evangelio de hoy es dura, seca, pero clarísima. ¿Quieres venir conmigo, es más, "detrás de mí"? - Nos dice Jesús: Niega tu manera de ver las cosas, abraza la mía, que tiene forma y semejanza de cruz, y sígueme. Y no penséis que la mejor manera de tener vida y preservarla es guardarla como un tesoro precioso en un santuario dorado e irrompible. Añade incluso un mínimo de vida a tu vida: valor, una pizca de significado, un segundo de esperanza. La vida, la vida verdadera, la vida según Dios, es como el amor: se adquiere dándolo, entregándolo.

¿Y hay algo en el mundo que valga más que Dios?

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