Podcast, DOMINGO XXI DEL T.O. - Un líquido neutralizante -

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Las estadísticas muestran de manera palpable que el mensaje de la Iglesia va perdiendo progresivamente su influencia en la sociedad occidental. El hombre contemporáneo escucha otros «evangelios» y atiende a otros «profetas».

Son muchos los que critican fuertemente la historia del cristianismo y echan en cara a la Iglesia graves errores; pareciera que los papeles se han invertido, y ya no es la Iglesia la que juzga al mundo, sino éste el que juzga a la Iglesia.

La sociedad actual es terriblemente práctica y crítica, observa el cristianismo y no constata, al parecer, nada especial. Ve en la Iglesia hombres y mujeres vacíos, superficiales, hipócritas o sin esperanza, lo mismo que en el mundo.

El evangelio parece haberse convertido en algo inofensivo y el mensaje de la Iglesia no encuentra casi nunca una reacción de resistencia, sino de total indiferencia. Según el teólogo ortodoxo Paul Evdokimov, «los cristianos han hecho todo lo posible para esterilizar el evangelio; se diría que lo han sumergido en un líquido neutralizante».

El mensaje cristiano parece resonar en el vacío. La Iglesia ha perdido su luz en el interior del mundo. Los cristianos han abandonado, en gran parte, su fuerza de fermento en medio de la masa.

¿No es ésta la gran derrota de la Iglesia? ¿Cómo leer desde esta situación la promesa de Jesús: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia»?

Antes que nada, hemos de recordar que Jesús habla de «su Iglesia», de una Iglesia que él mismo ha de edificar sobre Pedro. Sus palabras, por tanto, no garantizan la consistencia de cualquier Iglesia, sino de una Iglesia que sea realmente «presencia de Dios».

Ahora bien, el Señor no es sólo «doctrina», sino Vida de Dios encarnada, salvación hecha vida. Por ello, lo que se ha de construir sobre Pedro no es solamente un cuerpo doctrinal frío, sin aliento, sino el Cuerpo vivo de la presencia de Cristo en el mundo.

No es tampoco «palabras vacías», sino novedad de vida auténticamente humana. Por eso, la Iglesia ha de ser un foco de vida y no un lugar donde se imprime «un vocabulario especializado», pero donde el modo de pensar y de obrar es semejante al del mundo.

Jesucristo no es sólo «preocupación ética», sino enraizamiento de la vida en el Dios Creador y Padre. Por eso, lo que la Iglesia ha de poner en el mundo no es simplemente «creencia moral», sino vida que dimane del Trascendente.

Es esta Iglesia de Jesucristo la que el mundo actual necesita y la que nunca será derrotada.


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