Podcast, DOMINGO XX DEL T.O. Cayendo migas
La Palabra de Dios hoy nos hace una doble interpelación: el tema de los “extranjeros” que vivimos de manera dramática en estos tiempos, y la segunda sobre la autenticidad de nuestra fe.
En las lecturas, el profeta Isaías nos habla de la salvación ofrecida a todos los pueblos, incluso a los que no pertenecen a la casa de Israel. El querer de Dios desde siempre ha sido la misericordia universal, el amor y la fraternidad entre todos y hacia todos, pero especialmente hacia los “mas necesitados. El salmo nos invita a expresar que la salvación el Señor nos la da siempre, pero hay que reconocerla y aceptarla. Pablo en la carta a los Romanos les dice claramente a los judíos de roma que el mensaje de salvación que Jesús trajo al pueblo de Israel, y que fue rechazado por ellos, debe extenderse a todos los "pueblos": la misericordia de Dios es para todos y no sólo para unos pocos elegidos. En el Evangelio encontramos a Jesús discutiendo con una mujer, que además es extranjera y pagana. Ella se dirige a Jesús para pedirle que quite el sufrimiento de su hija enferma. La respuesta de Jesús nos deja un poco perplejos: primero un pesado silencio: “ni una palabra” … luego asperezas e incluso insultos. Seguro que no habíamos reparado en lo duro que es Jesús con esta persona que sufre… pero la mujer no se deja intimidar y aporta sus argumentos, que afectan profundamente a Jesús, él se deja llevar y casi se diría “convertir a la misericordia” por esta mujer.
Y aquí viene la primera enseñanza: a los ojos del Padre todos somos hijos, sea cual sea la etnia a la que pertenezcamos, sea cual sea la fe, el origen, la procedencia. Todos debemos amar y sentirnos amados, escuchados, acogidos. El peligro está en que también hoy, como el pueblo de Israel de entonces, a veces nos consideramos un pueblo elegido, destinado a llevar valores y recetas para quienes creemos que carecen de ellos. Miremos los estados llamados “desarrollados” que tanto hablan de igualdad, democracia y derechos humanos; pero que, a la hora de la verdad, han dejado que miles de inmigrantes sucumban en la incertidumbre, haciendo la vista a un lado, y proponiendo leyes de autoprotección poniendo todo tipo de barreras para quienes buscan dignidad en su vida.
Si embargo, el extranjero, el diferente, el otro, muchas veces lo encontramos cerca de nosotros, en la familia, en la comunidad; es aquel que no responde a nuestros esquemas o a nuestros ideales, e incluso, le marcamos ante los demás.
Este pasaje de la mujer cananea nos alerta de una verdad indiscutible: ¡hasta las migajas que caen de la mesa sirven de alimento a los perros! … Incluso en los momentos más difíciles, en las situaciones donde vemos que nuestra ayuda no alcanza, siempre hay que tener confianza de que “una miga de pan” cae de la misericordia divina para socorrer. Es poner atención a las pequeñas cosas que vienen del Señor, también a través de otras personas (ej. un pequeño testimonio) … hay que saber que esta habilidad de reconocer lo de Dios llega lentamente y requiere un diálogo constante con Él, sabiendo que si no estamos convencidos corremos el riesgo de renunciar. La mujer cananea nos muestra que quien ama nunca se cansa, mientras que los discípulos querían complacerla sólo porque estaban "cansados" de sus quejas: ¡no había amor ni aceptación, sólo molestia! Y puede pasarnos lo mismo.
La segunda reflexión nos lleva a preguntarnos sobre la autenticidad de nuestra fe. ¿Estamos dispuestos a ella y por ende de buscar los frutos que produce en nuestra vida? ¿o sólo somos practicantes por costumbre, pero lejos del compromiso que supone amar a Dios y a mi prójimo como obra de la fe? Una fe como la de la mujer del evangelio debe estimular nuestra adhesión a la confianza en el poder sanador de Dios.
En conclusión, el común denominador de las lecturas de hoy es la fe en la misericordia universal, evidenciada en la fe en Jesús a través de la escucha de su Palabra, y el saber comprometerla en la nuestra vida cotidiana (con la familia, el trabajo, la sociedad, nuestra comunidad). Y en el fuerte llamado a reflexionar sobre el estilo de acogida a todos los que podamos definir como extranjeros, reales o marcados; un tema que el Papa Francisco no se cansa de recordarnos y nos pide orar y actuar.
Pongamos al pie del altar nuestra entrega desinteresada, fruto de la escucha de esta palabra, como ofrenda humilde con la fe de la mujer del evangelio
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