Yo vengo entre vosotros como el que sirve...
Cada vez que entro en el hospital de Regla, a visitar los ingresados, mi mirada pasa en cada cuarto por el Crucifijo que está colgado en la pared.
Y me pregunto ¿qué podrá significar para ese o esa que está en ese lecho de enfermedad?
Puedo decir, luego de estos años, que las bendiciones de la Cruz están esparcidas aquí y allá: en la cama de Hortensia que pasa sus días enferma de cáncer de páncreas y todavía tiene un gran deseo de vivir; en la tristeza de Beatriz que ve como su esposo con quien cumplió 40 años de vida juntos la va olvidando por el Alzaimer; en la insuficiencia cardio-respiratoria de Mario debida a los años de adicción a las drogas; en sus padres, que pasan día tras día junto a su hijo moribundo. En ellos vuelvo a ver la escena del Calvario.
Cuántas anécdotas me trae al corazón el crucifijo cada vez que me detengo a mirarlo…
Y me digo, ¿por qué, Señor, permites todo esto?
La respuesta hoy está en el evangelio que hemos escuchado: el silencio de Jesús.
Frente a los provocadores que le decían “Si eres Dios, sálvate a ti mismo y desciende de la cruz”, él sabe que bajando de la Cruz no cumpliría la misión del Padre: ofrecerse totalmente para dar pleno sentido a nuestro sufrimiento. Cada palabra y cada gesto de estos hermanos en Regla o de cualquier enfermo o vulnerable en el mundo, son la gran sacudida de oblación para el proyecto del Reino del Padre.
En la capilla, junto al Crucifijo está el sagrario, ante el que me arrodillo desbordado por las experiencias de abandono, por los testimonio de aceptación de la voluntad de Dios, que ni yo soy capaz… me arrodillo ante el gran Rey que nos garantiza la misericordia del Padre todos los días.
Y así, cada día, ante la sencillez de un Crucifijo y de un Sagrario, descubro esa realeza de Cristo al que debo servir entre mis hermanos marcados por el sufrimiento en la enfermedad, en el pobre transeúnte ignorado y excluido por su suciedad; en el joven que sufre en su corazón por tantas razones, en la madre que llora porque su matrimonio se rompe… en fin…
Verdaderamente una soberanía distinta a la que nos ofrece el mundo hecha de arribismo, orgullo y protagonismo. Una soberanía convertida en servicio porque Jesús mismo nos lo dijo: vengo entre vosotros, como el que sirve.
Nosotros, sus discípulos, tenemos la tarea de hacer visible esta soberanía de Cristo en los pequeños y grandes gestos de cuidado hacia nuestros hermanos y hermanas, especialmente los mas frágiles y vulnerables, enfermos y desamparados, que pueden estar entre nuestros propios familiares y vecinos…
La página del Evangelio del día en que la Iglesia celebra a Cristo Rey nos habla del compromiso del mismo Dios Padre para que nadie quede excluido de la salvación, y esos brazos abiertos en la Cruz señalan el reinado de ese amor incondicional.
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