¿De qué sirve seguir creyendo y tratar de vivir el evangelio cada día?

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El Evangelio de este domingo provoca un aluvión de interrogantes, quizás suscita deliberadamente más interrogantes que respuestas... interrogantes profundos que atraviesan todos los momentos de nuestra vida: ¿cómo permanecer en los días en que Dios parece ausente? ¿cómo mantenerse cuando todo parece inútil, cuando uno se cansa de todo, de Dios, de los compromisos asumidos, del trabajo, de las amistades, de la misma familia, de la vida en general? ¿No es mejor dejarlo todo? ¿De qué sirve seguir creyendo y tratar de vivir el evangelio cada día? ¿Qué significa para mí la oración?

Jesús nos presenta una parábola: dos figuras en los extremos. Por un lado, un juez deshonesto, insensible, con un corazón de piedra, que no escucha a nadie, poderoso, puede hacer lo que quiera. Por el otro lado a una viuda, la persona más débil e indefensa de la sociedad de aquellos tiempos, nadie la defiende, ni derechos, ni poder, ni esperanza de poder conseguir lo que pide. ¿Juego cerrado? No… la viuda contra toda lógica no se rinde, no se desmoraliza, sigue insistiendo y al final logra obtener justicia.

“Orar siempre, no cansarse nunca...” está representado por la figura de la viuda, pero ¿significa esto que el juez representa a un Dios sordo a nuestras peticiones? No, pero como escribe B. Maggioni: "si es cierto que Dios siempre nos escucha, es igualmente cierto que nos escucha a su manera". Los tiempos de Dios no son los nuestros, hay un desfase entre el nuestro y el "pronto" de Dios, hay una diferencia entre lo que queremos y lo que necesitamos para cambiar nuestra vida.

La oración no es un escape de mi día, del mundo que me rodea, de los problemas. Es una lucha por la vida, por la justicia, por la victoria del Amor en todos los hombres. La viuda sigue creyendo en la justicia del juez deshonesto, a pesar de todo, en una situación paradójica, sigue insistiendo, perseverando. Y entonces la oración tiene como propósito no obtener lo que quiero y cuando lo quiero. El fin principal de la oración es seguir creyendo, confiar en Dios, creer que el Amor infinito vencerá al final, a pesar de todo y de todos. Qué oportuno vivir así la oración en nuestros días, cuando la humanidad parece enloquecida, con guerras, carreras armamentísticas, discursos de odio recíproco.

Insistir y perseverar en la oración: seguir esperando contra toda evidencia, no para convencer a Dios, sino para entrar en sus tiempos y caminos, para cambiar “nuestro corazón de piedra en un corazón de carne”. Pero también aprender a no ponernos en el centro, aprender cada día a descentrarnos, a renunciar a la autoafirmación, a aprender a "vaciarnos" un poco para dejar espacio a Dios, al Amor infinito que quiere venir a vivir. en nosotros

Una oración así puede ser vivida por todos, no es necesario vivir en un monasterio, pero podemos vivirla en el trabajo, en nuestra familia, en cualquier lugar. Porque es una actitud del corazón. Una actitud que nos cambia profundamente, pero también nuestras relaciones, el mundo que nos rodea. Y tal vez sea la única esperanza de esta humanidad que persigue el poder del hombre sobre el hombre. Una oración como esta no pide cambiar situaciones, sino cambiar el corazón, vivir dentro de la historia, nuestra historia hasta el final, con un corazón nuevo.

 Finalmente no podemos ignorar la última pregunta de Jesús: "Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿hallará fe en la tierra?". Un final abierto. Una pregunta que golpea como una roca. La respuesta solo la podemos dar nosotros, cada uno de nosotros.

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