Ante Dios no hay seguridad para nadie, por muy santo que se crea.

 

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El pasado domingo el Evangelio de Lucas nos hizo reflexionar sobre la oración y su eficacia. Lucas vuelve a este tema también este domingo. Lo hace para llevarnos a verificar, a partir de estos personajes que la Palabra nos muestra, cuál es nuestra actitud interior, que siempre se verá reflejada hacia nuestros hermanos.

Esta es una de las parábolas más desconcertantes de Jesús. Un piadoso fariseo y un recaudador de impuestos suben al templo a orar. ¿Cómo reaccionará Dios ante dos personas de vida moral y religiosa tan diferente y opuesta?

En la parábola Jesús no denuncia la falsedad del comportamiento del fariseo: no hay vanidad en sus palabras a Dios, realmente ayuna dos o tres veces por semana, y no hay razón para dudar que todo lo agradece a Dios, no está en juego su sinceridad… Seguro que puede contar con la bendición de Dios. pero,  ¿esto le puede permitir sentirse diferente de quienes no hacen estos gestos, diferente del recaudador de impuestos, quien vino al templo a pedir misericordia?

Sí, la oración es el momento en que nos presentamos ante Dios tal como somos, sin posibilidad de engañar porque nuestras mismas palabras traicionan la realidad íntima de nuestra conciencia, un examen de conciencia riguroso nos permitiría revisar los condicionamientos que tenemos. Esta es la actitud del publicano “se golpea el pecho y reconoce su pecado. No promete nada. No puede dejar su trabajo ni devolver lo que ha robado. No puede cambiar de vida. Solo le queda abandonarse a la misericordia de Dios…” La severa lección de Jesús es sobre la manera en que nos relacionamos con Dios. 

Llama la atención cuántas veces aparece la palabra “YO” en el texto de Lucas, "No me gusta ..."; "Soy diferente...";  "Yo pago... ", esta odiosidad impregna toda nuestra cultura y es parte integrante de la filosofía occidental, responsable de las páginas más aberrantes, ensangrentada por la trágica inmolación de víctimas inocentes. El ego individual y colectivo siempre será semilla de destrucción humana.

Finalmente con frecuencia, de forma individual y como comunidad cristiana, dejamos a un lado preguntas importantes: "¿Quiénes son los verdaderos adoradores del Padre?"; ¿Qué derecho tenemos ("Quién soy yo...", diría el Papa Francisco) a sondear la conciencia de los demás, a erigir muros, o crear sistemas de exclusión en los que ante la diversidad (ya sea el color de la piel, el origen, el status económico, etc.) convierto en el principal criterio de justificación sobre nuestra supuesta superioridad?". Sí, el ego es odioso. 

La religiosidad del evangelio de Jesús es la religiosidad del "nosotros"... Dios no tiene solo hijos especiales, ni solo hijos de “golpes de pecho”, sus hijos no son solo los que van a misa cada Domingo, que observan todos los mandamientos y que se consideran justificados. Dios es el Padre de todos, incluso de los excluidos, de los frágiles, de los diferentes; ante Dios no hay seguridad para nadie, por muy santo que se crea. 
 
Unamos nuestra escucha a la oración y al deseo de cambio personal y social y pensemos ¿la nuestra es una religiosidad del Ego, que juzga, o del Nosotros, que actúa con misericordia? 




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