¡Soy invisible...!


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Esta semana escuché un audio por WhatsApp de una chica que repitió mas de 10 veces en un corto tiempo “… parece que a nadie le importo…”, por X situaciones estuvo viviendo esta sensación, que la hundía cada vez mas, durante casi 3 años … 3 años… ¿cuántas personas pueden pasan por nuestra vida en ese lapso de tiempo???  ¿Cuántos la miraron?, ¿cuántos se detuvieron a preguntar por qué las lagrimas, por qué la tristeza, por qué … ? 

Un pobre hombre en la ciudad, casi de manera provocativa, se puso un cartel alrededor del cuello con las palabras: "¡Soy invisible"! estuvo así un tiempo bajo la risa de muchos, pero sin la atención o la ayuda de todos… ¡Os aseguro que para la mayoría de los que pasaban junto a él, era realmente invisible! … Nuestros ojos ya no pueden ver el sufrimiento de los demás, son corazones endurecidos por la frialdad, manos atrofiadas, encogidas y perezosas.

La parábola de hoy tiene un comienzo que parece de fábula: «Érase una vez...» un hombre rico, sin nombre, identificado solo por sus posesiones; y un hombre pobre llamado Lázaro. El rico es «un hombre cerrado, encerrado en su pequeño mundo, el mundo de los banquetes, de la ropa, de la vanidad, de los amigos. Encerrado en su burbuja de vanidad, no tenía la capacidad de mirar más allá y no notaba lo que sucedía fuera de su mundo cerrado. No conocía ningún suburbio, estaba todo cerrado en sí mismo. Sin embargo, las afueras estaban cerca de la puerta de su casa "(Papa Francisco). Junto a este rico hay un pobre que no tiene ni para comer, ignorado por todos menos por los perros que le lamen las llagas. Como a todos en la vida, les llegó el día de la muerte. El rico termina entre lamentos y Lázaro en eterna bienaventuranza. 

El corazón de la parábola reside, no en la recompensa eterna de Lázaro como podríamos imaginar, sino en las palabras de Abraham "un gran abismo se establece entre nosotros y vosotros"… un abismo, … un abismo separaba al rico de Lázaro ya en la tierra: “Uno hambriento y el otro lleno, uno sano y el otro cubierto de llagas, uno viviendo en la calle el otro seguro en una linda casa. El rico pudo llenar el abismo que lo separaba de los pobres y en cambio lo hizo lo hizo mas grande y eterno”. Hermanos, La eternidad comienza aquí abajo, nuestro juicio eterno no será la sentencia de un déspota, sino la lenta maduración de nuestras elecciones.

¿Qué hizo mal el rico? La parábola no se detiene en sus pecados, no lo condena por su casa, por su vestido, por su comida, quizás también fue un hombre religioso, observador de los mandamientos, ni siquiera dice que maltrató a Lázaro. «El error de su vida fue que no se percató de la existencia de Lázaro. No lo vio, no le habló, no lo cuidó: Lázaro no existió, no le importó. Aquí tocamos uno de los puntos críticos del Evangelio, cuyo eco llegará hasta el día de nuestro juicio final: Tuve hambre, tuve frío, estuve solo, abandonado, triste, fui el último, y tú que hiciste?  ¿partiste el pan, secaste mis lágrimas, me diste un sorbo de vida?

El mal es la indiferencia, que deja intacto el abismo entre las personas. En cambio, “el gran milagro es darse cuenta de que existe el otro, el empobrecido” (S. Weil).  

Nuestra misión como cristianos, como hermanos, es minimizar el abismo de injusticias que nos separan… porque el camino de la fe comienza con ver las heridas de los pobres, la misma carne de Cristo, el cuerpo de Dios." Si estás orando y un pobre te necesita, deja la oración y ve a él. (Ermes Ronchi).

Pidamos la gracia de saber ver a los muchos Lázaros que están a nuestra puerta; pidamos la gracia de no depender demasiado de nuestros bienes terrenales, de no acumular lo no necesario, porque estos no nos dan la verdadera vida, pero pidamos sobre todo la gracia de saber compartir para tener acceso a la verdadera vida, a la eterna vida, a tener un lugar en el corazón de Dios!

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