¡ Alegraos conmigo !
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El corazón de la Palabra escuchada hoy, vale decirlo, no es tanto una invitación a la conversión (que siempre es así), sino más bien el testimonio del auténtico rostro de Dios revelado por Jesús: un Dios en busca de los extraviados, y de estos, el último…
Las tres parábolas del capítulo 15 de Lucas no son sólo una invitación a la conversión, sino un anuncio del rostro del Padre. Me detendré solo en la primera de las tres famosas parábolas leídas: la de la oveja perdida.
Jesús habla de un pastor que sale tras la pista de la oveja perdida, no se contenta con esperar su regreso, no delega la búsqueda, sino que se pone personalmente a buscarla. Esta parábola habla de cada uno de nosotros: todos nosotros… de hecho, si pensamos, en algún momento de nuestra vida, hemos sido esa oveja extraviada por X o Y motivos, y hemos experimentado la grandeza de la misericordia de Dios que vino a buscarnos, que tuvo paciencia, que nos escogió nos levantó y nos trajo de nuevo casa.
Hay un detalle, una acción, de esta parábola que siempre me ha llamado la atención. El pastor, después de encontrarse con la oveja, la carga sobre sus hombros y la lleva a casa. Dios Padre hace lo mismo con cada uno de nosotros: no nos castiga, no nos humilla, no nos culpa de nuestros errores, sino que nos toma en sus brazos y estalla de alegría.
Pues esta es la buena noticia del evangelio: hay un Padre que os ama y su amor es incondicional, inesperado y desbordante. Él no te ama porque lo mereces, sino porque es tu Padre.
Y ahora preguntémonos: ¿nuestras comunidades reflejan este rostro de Dios Padre? ¿Cuánto tiempo y cuánta energía dedicamos a investigar y acompañar a los últimos? ¿Sabemos acoger a quienes tocan las puertas de nuestra comunidad? ¿Estamos tratando de crear fraternidad rompiendo las barreras de la indiferencia?
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