¡Qué mal es sentirse último, o descartado por los demás¡

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Hoy hemos escuchado un hermoso Evangelio en el que Jesús quiere ayudarnos a ser felices. De hecho, al final de su discurso nos dice claramente que si hacemos como él, ¡seremos bendecidos!  

Jesús toma como ejemplo una comida con motivo de una boda donde ve que los invitados quieren estar en los mejores lugares, y se fija en otros que se quedan atrás. Un poco como cuando se proyectaba una película en aquellos días, y todos se apresuraban a ocupar los asientos delanteros más bonitos y dejaban para los menos vivaces en los que se veía mal. Es algo que sucede también hoy más de lo que pensamos; en ciudades donde el metro o el bus está en la parada hay prisa por conseguir los mejores asientos y no importa dejar paso a los mayores o a los que más lo necesitan...

Existe en nosotros el deseo de ubicarnos bien, ser tratados muy bien, y así nos olvidamos de los que más necesitan. Aquí Jesús hoy quiere que nos demos cuenta de que a nuestro alrededor hay muchas personas que corren el riesgo de ser consideradas siempre en último lugar y de ser olvidadas lentamente. En la época de Jesús, nadie quería sentarse a la mesa con un pobre, con un cojo, uno que no podía ni lavarse porque estaba enfermo. Pero esto también sucede un poco en el tiempo de hoy. Un día recuerdo que yo y otros dos catequistas acompañamos a un señor mayor y transeúnte al hospital: estaba enfermo y muy mal vestido y olía mal. Ciertamente no era la mejor persona para invitar a una fiesta. La gente no nos miraba bien y se preguntaba por qué están con este, ¿debería darles vergüenza? Cuando nos sentamos a esperar en urgencias, algunos nos esquivaron. ¡Qué mal es sentirse último, o descartado por los demás¡

Pero aquí Jesús cambia las cosas. Podríamos resumir sus palabras así: no te pongas primero, no intentes ser superior a los demás, más bien trata de ser el más pequeño y ayudar a tu prójimo. Habéis oído que el maestro de bodas irá al que está en el último puesto y le dirá: amigo, pasa al frente. Esta atención del Evangelio, es la mas valiosa para los que son más humildes. 

¡Así actúa Jesús con nosotros! Cuando ve que nos quedamos atrás o que somos tratados mal, o que nos hundimos en nuestra angustia y tristeza y estamos solos, se acerca a nosotros y nos hace comprender, tal vez a través de la palabra de quien menos pensamos: ¡tú también eres importante para mí! 

Y Jesús también nos dice otra cosa hermosa: Cuando hagas una fiesta, no invites solo a quienes aprecias y te adulan, sino también a los que nadie quiere. Invita a los pobres que no podrán darte ningún regalo, o a los ancianos que están solos, o a los enfermos, a quienes nadie se acerca. Ellos estarán felices y tú estarás muy feliz porque los verás sonreír. Un día, en una parroquia de otra ciudad, una familia gitana pobre con sus hijos fue invitada a una cena. Al principio algunos feligreses no estaban de acuerdo y no querían venir, pero luego se convencieron y trajeron muchas cosas para comer. ¡Todos juntos pasaron una velada maravillosa y las sonrisas de los niños fueron la alegría de todos! ¡Ojo, entre ellos también estaba el mismo Jesús, aunque no se hizo reconocer! 

¿Cómo podemos poner en práctica esta frase evangélica? Debemos apuntar a la caridad primordial del Evangelio y tratar de servir a todos los que encontramos. Cada persona es nuestro Señor, y en cada uno de ellos tenemos el privilegio de servir a Jesús.




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