Una pregunta a Dios: ¿Por qué sufrir?

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Si Dios es bueno, ¿por qué permite que sus hijos enfrenten sufrimiento, tribulación, fracaso, etc.?

Esta pregunta ha turbado siempre la vida de los creyentes, a veces hasta el punto de inducir a aquellos que no encuentran respuesta a distanciarse de la fe. 

Hoy la Palabra responde a esta pregunta con la segunda lectura de la carta a los hebreos razonando de la siguiente manera: Dios es Padre, y como tal se comporta con sus hijos: que son arrogantes y a veces rebeldes, determinados a conducirse por sí mismos, y sin escrúpulos ante el riesgo de dañarse a sí mismos y a los demás. No es un buen padre el que no se interesa o el que justifica el mal comportamiento de sus hijos. Un buen padre no duda, incluso cuando es necesario, interviene severamente. Entonces, si obramos caprichosamente ¿es porque ni siquiera Dios es el mejor de los padres… el Padre perfecto? … De ahí la exhortación de la carta: “Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y escarmienta a sus hijos preferidos. Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos? Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella”. La corrección, entonces, tiene por objeto advertir al hombre contra los caminos equivocados, que lo alejan de la verdadera meta: la vida eterna;  ésta justifica los sacrificios, las renuncias necesarias y las advertencias del Padre para alcanzarla.

El texto evangélico expone la respuesta de Jesús a un hombre cualquiera, que le pregunta si son muchos o pocos los que se salvan. Si el interés del interrogador era puramente estadístico, Jesús debe haberlo desilusionado, porque no le responde sobre números; en cambio, aprovecha para ofrecerle dos enseñanzas: la primera es sobre las condiciones para la salvación "Esforzaos por entrar por la puerta estrecha"; la segunda se refiere a la universalidad de la salvación. El profeta en la primera lectura de Isaías había anunciado: "Vendré a reunir a todas las naciones y todas las lenguas; vendrán y verán mi gloria" y Jesús lo confirma: Vendrán del oriente y occidente, del norte y del sur y se sentarán a la mesa en el reino de Dios”… Miremos los brazos de la cruz, nos indican los cuatro puntos cardinales. Allí Jesús "extendió sus brazos entre el cielo y la tierra, como signo de alianza perenne" y extendió su ofrenda del amor de Dios y de la salvación a todos los hombres, del este y del oeste, del norte y del sur, invitando a todo hombre y a toda mujer, de todas las edades. y de toda raza, de todo color y de toda lengua, para participar en el banquete del reino de Dios. 

El camino de la salvación consiste en seguir a Jesús; el esfuerzo por entrar por la "puerta estrecha" es el esfuerzo por seguir el camino recorrido por Él, que libera de la opresión, del orgullo, del pecado, pero también es el camino del Calvario. ¿Por qué sufrir? Porque a pesar de los “calvarios” de la vida, que son sólo una etapa en el camino hacia el destino final, una etapa muchas veces de angustia, oscuridad y soledad, esperamos luego participar de un mundo de luz y caridad, iluminado y viviendo con la alegría de la resurrección. . .

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