Pirómanos del Evangelio
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Escuchar en el Evangelio de la liturgia de este domingo "fuego arrojado sobre la tierra" en pleno verano parece casi una elección irónica por parte de la Iglesia. Con las olas de calor cada vez más bochornosas y molestas, ¡incluso el Evangelio corre el riesgo de sonarnos molesto!
Evidentemente el calor del fuego que Jesús vino a traer a la tierra es más parecido al del amor que al físico y meteorológico. Jesús no quiere aumentar la temperatura del aire sino la del corazón, la de la fe. Jesús quiere esa llama del Espíritu Santo que ha sido puesta sobre los discípulos desde el día de Pentecostés y que siempre corre el riesgo de apagarse haciendo que la comunidad pierda el calor de la fe, y así la Iglesia se congela en una serie de ritos exteriores y no de la caridad que falta.
La vida de fe en la comunidad cristiana es como la del amor entre dos personas que se aman de verdad, no puede ser fría ni tibia. Jesús quiere discípulos animados por el Evangelio y deseosos de que éste mueva su vida y la del mundo que les rodea. Jesús mismo da testimonio de esta profunda pasión con su mensaje en el que se siente hondamente sumergido aunque tenga que pasar por el sufrimiento de la cruz. Pero la cruz se volvió fuego y llegó al máximo: logró calentar hasta el frío de su sepulcro con la resurrección.
El Evangelio invita a la paz, pero también nos lleva a opciones fuertes en lo cotidiano que pueden y deben afectar nuestras relaciones más significativas. Siguiendo con el ejemplo del amor de pareja, y el fuego de la pasión amorosa que les identifica, Jesús se refiere así cuando habla del fuego en la tierra, cuando dos personas se enamoran de verdad y deciden seguir su amor en una elección de vida, no sólo afectan su vida, sino también sus relaciones familiares y sociales. El verdadero amor no es un pequeño fuego de verano, sino que toca la vida. El verdadero amor da paz y no nos deja solos hasta que se realiza. Así también el Evangelio, para llevar la paz al mundo, necesita discípulos enamorados de Jesús, con pasión por sus palabras y con un deseo profundo de conocerlas y ponerlas en práctica, aunque pueda costar divisiones y sufrimiento.
En estos días recordamos grandes santos del Evangelio, que no tuvieron miedo de dar su vida por la pasión de Jesús: Edith Stein, Clara de Asís, Maximiliano Kolbe, por decir algo de este, él fue un fraile franciscano que murió en la fría sala de la muerte de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial por la mano de los nazis. El Padre Maximiliano Kolbe no tuvo miedo de perder la vida como Jesús porque se sintió totalmente inmerso, bautizado, en el Evangelio, sabiendo que aun dando su vida de esta manera podía hacer triunfar el Evangelio.
Pero hoy hay tantos cristianos como éste que con el fuego del amor de Dios calientan con su testimonio a la Iglesia, por ejemplo en Nicaragua, la Iglesia y los cristianos son perseguidos, el obispo Rolando Álvarez se ha negado a dejar el país y le han encarcelado.
Ojo, hay siempre riesgo de helarse, incluso en un verano tan caluroso como este, y podemos estarlo si no confiamos en las palabras de Jesús, reconociendo en ellas ese calor que tantas veces buscamos en otros lugares. Convenzámonos: en el fuego del amor de Cristo podemos calentar nuestra vida y a través de nosotros el mundo entero.
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