Señor, enséñame a orar


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Gracias a las lecturas bíblicas, la Iglesia de hoy nos enseña qué significa la oración y cómo orar. El relato de la intercesión de Abraham en favor de las ciudades depravadas de Sodoma y Gomorra (Gn 18,20-32: 1ª lectura) muestra que los castigos de Dios no son consecuencia de una predestinación irrevocable. La intercesión de los hombres que conocen el amor de Dios es capaz de despertar su misericordia.

San Lucas nos trae una serie de enseñanzas de Jesús sobre cómo orar. Jesús ante todo nos invita a rezar, por cualquier petición, con confianza, y asegura a todos que todas las oraciones sinceras serán contestadas: “Quien pide, recibe; el que busca encuentra y estará abierto a los que llaman”. Entonces Jesús dice que un padre terrenal sólo da cosas buenas a sus hijos y no quiere engañarlos. ¿Cómo podría Dios, el mejor de los padres, enviarnos algo malo cuando sus hijos le pedimos su ayuda?

La parábola del hombre que solicita a su amigo se basa en la regla del relanzamiento: si un amigo terrenal no puede despedir al que vino a rezarle, aunque le pida ayuda en las peores circunstancias, mucho más. ¡Dios, que es nuestro mejor amigo, responderá a nuestras oraciones! Sobre todo porque nunca somos intrusivos con él.

Todo esto encuentra su expresión más convincente en la oración que el Señor enseña a sus discípulos. Si hemos hecho nuestra la preocupación de Dios: que su nombre sea conocido y reconocido y que su reino venga al mundo, él mismo hará suyas nuestras preocupaciones. El Padrenuestro es el resumen de todo el Evangelio. Y por eso es el fundamento y el corazón de toda oración humana.

Jesús reza, y escucha la petición de sus seguidores que le piden que les enseñe a rezar, lo hace con el Padre Nuestro, oración que engloba todas las oraciones. Ante esto, es bueno preguntarnos: ¿cómo rezamos? ¿Solo movemos los labios? ¿Cuánto tiempo dedicamos a la oración? ¿Hemos entendido que la verdadera oración es aprender a escuchar a nuestro Señor que habla a nuestro corazón y que nos habla ante todo a través de su Palabra? Los primeros cristianos eran asiduos en la escucha de la palabra y en la enseñanza de los apóstoles; aquí encontramos ese "pan de cada día" (junto con la Eucaristía) que invocamos en el Padre Nuestro, capaz de nutrir la mente y el corazón. 

Pidamos que el Evangelio sea esa la lámpara que ilumine nuestros pasos cotidianos y que con nuestra oración lo hagamos vida en nosotros.



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