Dom XXIII del T.O. El Reino exige


El Evangelio de este domingo nos presenta los aspectos y exigencias fundamentales del seguimiento. No se puede ser discípulo de Jesús si se ama más al padre, a la madre, a la esposa, a los hijos, a los hermanos, a las hermanas, e incluso a la propia vida... No se puede ser discípulo de Jesús si no se renuncia a todas las posesiones.

En esta declaración encontramos un componente característico de la predicación y las decisiones de Jesús: la suya es una vocación que exige un fuerte compromiso, un desapego de muchos hábitos, una orientación radical hacia Él y el Reino de Dios. Para expresar esta exigencia, no duda en usar la paradoja: “Quien ama su vida, la pierde; y quien odia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna” cfr. Jn 12,25. Los discípulos aprenderán que a veces esto no es solo una expresión intensa, sino también una verdad que se realiza a través del testimonio del martirio.

Jesús habla de todas las posesiones, afectos, planes y bienes que pueden esclavizarnos, que nos incapacitan para seguirlo con ligereza y radicalidad. Y podemos preguntarnos: ¿cuáles son nuestras posesiones, esas cosas que hemos puesto en primer lugar, considerándolas incluso más importantes que Jesús? ¿qué tememos perder, dejar atrás por Jesús? San Agustín nos recuerda que «hay momentos, lugares y cosas que deben subordinarse a otros asuntos, a otros tiempos … no pongan lo superior por debajo de lo inferior».

Jesús añade: «El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo». Cuando nos habla de llevar la cruz, muchos piensan que Dios disfruta lanzando cruces desde lo alto. Es bueno recordar que Dios no envía cruces; son las dificultades y fragilidades normales de la vida que cada uno de nosotros, de una forma u otra, experimenta y enfrenta. Cada uno tiene una misión que cumplir, y cada misión presenta dificultades, sufrimientos que debemos aceptar y ofrecer. San Pablo nos recuerda que es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de los Cielos; Jesús las pasó, ¡y nosotros quisiéramos evitarlas! 

Al hablar de renunciar a todo lo que tenemos, Jesús nos invita a una transformación profunda. Esta renuncia no es solo de bienes materiales, sino de actitudes, deseos y proyectos que nos alejan de Su Reino. Cuando aprendemos a soltar lo que nos ata, descubrimos la verdadera libertad y el gozo de vivir en comunión con Dios y con los demás.

Es importante recordar que esta renuncia lleva a una vida nueva, a un propósito renovado. Al hacerlo, encontramos un sentido profundo en nuestras relaciones, en nuestro trabajo y en nuestras acciones diarias. La invitación de Jesús es a descubrir la plenitud que ofrece el Reino de Dios.

Finalmente, el discipulado no es un camino solitario. Formamos parte de una comunidad que camina junta hacia el encuentro con Cristo. En la iglesia, encontramos apoyo y aliento para vivir este compromiso. Juntos, podemos ayudarnos a cargar con nuestras cruces, a animarnos en el seguimiento de Jesús y a vivir la caridad que Él nos enseñó.

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