DOM XXII del T.O. Añade asientos a tu mesa
El Evangelio de este domingo, nos presenta a Jesús en la casa de un fariseo, donde está siendo observado con atención. Este encuentro, nos ofrece profundas enseñanzas sobre la forma en que nos relacionamos con los demás y la actitud que debemos tener en nuestras vidas.
Jesús ve cómo los invitados eligen los mejores lugares en la mesa. Está situación plantea que en la vida, muchas veces, buscamos ocupar espacios de honor, anhelamos el reconocimiento, que nos vean y exaltamos nuestra importancia. Sin embargo, Jesús invita a reflexionar sobre la humildad. Él nos dice que, en lugar de buscar el primer lugar, debemos ocupar el último, porque aquellos que se humillan serán exaltados.
Resulta un mensaje radical para nuestra cultura contemporánea, donde la competencia por ser el primero es fuerte. Sin embargo, al enseñarnos a ocupar los últimos lugares, Jesús nos desafía a adoptar una postura de servicio y deferencia hacia los demás. La verdadera grandeza en el Reino de Dios no se mide por los logros o el estatus, sino por la disposición a servir.
Jesús también nos habla sobre a quién invitar a nuestros banquetes. Nos dice que no debemos invitar solo a nuestros amigos, o familiares ricos, quienes pueden devolver el favor cuando quieran, sino también a “los pobres, y usa otras imágenes: a los lisiados, a los ciegos y a los cojos”. Al hacerlo, estamos participando en la obra transformadora del Reino de Dios.
Este llamado a la generosidad recuerda que nuestras acciones deben reflejar la gracia que hemos recibido. Al invitar a aquellos que no pueden devolver el favor, estamos demostrando un amor auténtico y desinteresado. Este amor va más allá de la reciprocidad; es un amor que se brinda sin expectativas, un amor que se asemeja al amor que Dios tiene por nosotros.
Jesús concluye su enseñanza con una promesa: “Serás bienaventurado, porque ellos no te pueden pagar; pero te será recompensado en la resurrección de los justos.” Esta afirmación nos anima a vivir con esperanza. Nuestro actuar generoso y humilde puede no ser reconocido en el presente, pero hay una recompensa eterna que nos espera. Esa es la promesa y la certeza que nos ofrece nuestra fe.
En este tiempo de reflexión y devoción, examinemos nuestro corazón. Preguntémonos: ¿Dónde estamos buscando reconocimiento? ¿Estamos dispuestos a abrir nuestras puertas y nuestros corazones a aquellos que son marginados o menospreciados en la sociedad?
Aprendamos de las palabras de Jesús y dejemos que su ejemplo de humildad y generosidad nos transforme. Que en nuestra comunidad podamos ser verdaderos reflejos de su amor, compartiendo con alegría y poniendo a los demás antes que a nosotros mismos.
Que el Espíritu Santo nos guíe en este camino hacia la autenticidad cristiana y la unidad en el amor.
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