DOM XXI del T.O. La dieta para entrar por la puerta estrecha
En este pasaje del Evangelio de Lucas, encontramos a Jesús en un momento crucial de su ministerio, durante su viaje hacia Jerusalén. Un hombre le pregunta: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”. Esta pregunta refleja una preocupación común entre aquellos que escuchan a Jesús, una inquietud que muchos de nosotros también podemos sentir.
A lo largo del pasaje, Jesús nos advierte acerca de la realidad del Reino de Dios. Hay quienes pensarán que pueden entrar en él simplemente porque conocen a Jesús o porque pertenecen a una comunidad de fe. Pero Él nos dice que habrá algunos que quedarán fuera, diciendo: “No sé de dónde sois”. Es un recordatorio severo de que la pertenencia a la comunidad cristiana no garantiza automáticamente la salvación; más bien, es la respuesta a la invitación de Dios, la vida de fe y amor que testimoniemos lo que realmente importa.
Jesús también menciona a muchos que vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, para reclinarse en el Reino de Dios. Lo que resalta la universalidad de la salvación; el Reino no está limitado a un grupo selecto. Todos están invitados, pero debemos estar preparados y dispuestos a seguir el camino que nos lleva a Él, cada uno según la llamada vocacional.
La invitación a entrar por la puerta angosta es, en última instancia, un llamado a la conversión. En nuestra vida diaria, podemos encontrarnos distraídos por las cosas del mundo, abrumados por preocupaciones y ocupaciones, o incluso confiados en nuestra propia justicia. Pero Jesús nos recuerda que necesitamos revisar la vida y nuestro corazón, asegurándonos de que realmente estamos buscando a Dios y Su voluntad.
No tengamos miedo de esforzarnos por entrar por la puerta angosta. Este camino puede ser desafiante, pero está lleno de promesas. Al hacerlo, no solo estamos buscando nuestra propia salvación, sino que también estamos llamados a ser instrumentos de salvación para los demás.
Que cada uno de nosotros, hoy y siempre, busque vivir la fe con autenticidad y deseo de seguir a Jesús. Abramos nuestro corazón y dejemos que su amor transforme nuestras vidas para que, juntos, podamos celebrar el banquete eterno en el Reino de Dios.
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