DOM XX del T.O. El precio del seguimiento



El Evangelio de Lucas nos presenta un pasaje que puede resultar desafiante y provocador. En él, Jesús dice: “He venido a echar fuego en la tierra; y ¡cómo deseo que ya esté ardiendo!”. Estas palabras nos confrontan directamente y nos invitan a reflexionar sobre la naturaleza de la misión de Cristo y lo que significa seguirle.

Cuando Jesús habla de "echar fuego", se refiere a un fuego que purifica y transforma. No es un fuego de destrucción, sino uno que tiene el poder de cambiar corazones y vidas. El fuego que Él trae es el amor divino que consume lo que no es auténtico en nosotros y nos impulsa a vivir de manera plena. Este fuego representa el Espíritu Santo, que viene a encender en nosotros la pasión por la justicia, la verdad y el amor al prójimo. 

El llamado a ser transformados es, sin duda, un reto. Muchas veces, preferimos quedarnos en nuestra zona de confort, donde todo parece seguro y familiar. Sin embargo, Jesús nos llama a dejar atrás esas comodidades y a permitir que su fuego actúe, purificando nuestras intenciones y motivaciones.

A continuación, Jesús menciona las consecuencias de su misión, cuando dice que su llegada traerá división. “Porque he venido a poner en división al hombre contra su padre, a la hija contra su madre”... Esta declaración no debe interpretarse como una promoción de la discordia o el resentimiento, sino como una realidad de cómo el seguimiento de Cristo puede impactar nuestras relaciones más cercanas. A veces, cuando elegimos seguir a Jesús y vivir según sus enseñanzas, puede generar tensiones incluso entre los que más amamos.

La fe en Cristo nos invita a tomar decisiones que pueden ir en contra de las expectativas familiares o culturales. Esto llega a ser doloroso, pero debemos recordar que seguir a Jesús implica un compromiso profundo con la verdad y con los valores del Reino de Dios, incluso cuando estos son desafiantes.

Sin embargo, esta división no es el objetivo final. Lo que Jesús quiere forjar en nosotros es la capacidad de ser testigos del amor y la verdad en medio de la turbulencia. Nos llama a mantenernos firmes en nuestra fe, a ser luz en la oscuridad y a irradiar el amor que trasciende divisiones. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de llevar su fuego a la comunidad cercana o lejana, mostrando con las obras lo que significa vivir como verdaderos discípulos de Cristo.

Al meditar desde la Palabra, recordemos que ser seguidores de Cristo puede ser un camino retador y a veces doloroso, pero también es el camino hacia la verdadera libertad y plenitud. Abracemos este fuego que viene a purificarnos y a guiarnos. Que nuestra vida sea un reflejo del amor de Dios, capaz de unir y sanar, aún en medio de la división.

Pidamos al Señor que nos dé la valentía para vivir nuestra fe con autenticidad y nos ilumine en nuestro caminar. Que, a través de nuestras vidas, otros puedan experimentar el fuego transformador de su amor.

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