Dom. XVII del T.O. No es una oración, sino una forma de orar


Este XVII domingo del Tiempo Ordinario, queremos centrarnos en dos aspectos que nos presenta el Evangelio.

Jesús ora, y a petición de sus discípulos, que le piden aprender a orar, les enseña a acercarse a Dios con el Padrenuestro, una oración que abarca todas las oraciones.

Ante este escena, conviene preguntarnos: ¿Cómo oramos? ¿solo movemos los labios? ¿cuánto tiempo dedicamos a la oración? ¿hemos comprendido que la verdadera oración consiste en aprender a escuchar a nuestro Señor, que nos habla al corazón y ante todo, a través de su Palabra? 

Los primeros cristianos eran asiduos a la escucha de la palabra y la enseñanza de los apóstoles. Pedían ese "pan de cada"  en el Padrenuestro, capaz de nutrir la mente y el corazón. 

¿Qué ha pasado? ¿Es el Evangelio la lámpara que ilumina nuestro día a día? Escuchar, meditar, permanecer en silencio ante el Señor que habla es un arte que se aprende practicándolo con constancia. La oración es un don, que pid ser acogido; es obra de Dios, pero exige compromiso y continuidad de nuestra parte. Hoy los cristianos estamos llamados a ser testigos de la oración, precisamente porque nuestro mundo a menudo se cierra al horizonte divino y a la esperanza que trae el encuentro con Dios. En profunda amistad con Jesús y viviendo en Él y con Él la relación filial con el Padre, mediante nuestra oración fiel y constante, podemos abrir ventanas hacia el Cielo. De hecho, siguiendo el camino de la oración, sin miramientos humanos, podemos comunicar a quienes nos rodean, a quienes encontramos en nuestro camino, la alegría del encuentro con el Señor, luz para nuestra existencia. 

El segundo aspecto que queremos destacar es aprender a pedir, porque no todo lo que nos gusta nos conviene. Muchas veces somos como pequeñas máquinas que piden una y otra vez sin parar. Muchas veces pedimos sin saber siquiera qué es apropiado pedir. Por eso Jesús enfatiza que una cosa es segura, y nos la concede cuando se la pedimos: ¡el Espíritu Santo! Jesús nos dice que es el Espíritu Santo quien nos enseña a saber pedir, quien nos ayuda a interpretar y aceptar incluso lo que no se nos concede.

A menudo, el Señor tiene otros dones en mente para nosotros, a menudo quiere guiarnos por un camino diferente al que desearíamos. El secreto está entonces en invocar al Espíritu Santo, quien nos ayuda a escuchar la voz de Dios incluso contraria a nuestros deseos.

Sí, es cierto; Jesús nos dice que oremos siempre, pero eso no significa que siempre recibiremos lo que pedimos. La oración no es una medicina mágica que elimine el sufrimiento. Ella nos impulsa a pedir la gracia y fuerza para afrontarlo. «Le pedí a Dios fuerza para llevar a cabo grandes proyectos y me hizo débil para mantenerme humilde. Le pedí salud para lograr grandes cosas y me dio dolor para comprenderlo mejor. Le pedí riquezas para poseerlo todo y me dejó pobre para no ser egoísta. Le pedí poder para que los hombres me necesitaran y me dio humillación para que yo los necesitara. Le pedí todo para disfrutar de la vida y ser feliz con todo. Señor, no recibí nada de lo que pedí, pero él me dio todo lo que necesitaba,  Alabado seas, mi Señor.

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