Dom. XIV del T.O. En misión
Los enviados deben saber que la experiencia misionera es exigente y requiere una entrega total. Hay mucho trabajo por hacer: el trabajo se compara con el que requiere una cosecha abundante. Jesús parte de la observación de una notable desproporción entre la cantidad de trabajo y quienes realmente invierten en él: los obreros son pocos. La solución es orar, interceder ante el Padre para que envíe más obreros. Es la gracia divina la que primero se pone a trabajar. El hombre solo es medio para su efectividad.
Jesús envía a sus discípulos en misión no como un general dirigiría a su ejército. No les pide que se armen, sino que alivien su carga. Más que una expedición militar, la misión exige un despojo: cuanto más ligero se es, más fácil se asciende. Sin embargo, la misión no es una experiencia fácil, los discípulos deben afrontar obstáculos, amenazas y peligros. Jesús define a los misioneros con una imagen que haría huir a cualquiera: son «corderos en medio de lobos». La condición del misionero es la mansedumbre que desarma la violencia más hostil. Este desarme se ve amplificado por una extrema sobriedad —sin equipo de peregrino, sin alforjas ni zapatos— y por una prisa tal que evita incluso una breve parada para saludar en el camino.
El objetivo de los misioneros es invocar la paz en los hogares, crear con los invitados esa familiaridad que solo puede establecerse alrededor de la misma mesa, sin forzar jamás la mano, respetando la libertad de los demás. Esta familiaridad es la base sobre la que se injerta el anuncio del reino y su dinamismo de proximidad mediante una actividad que convierte a los enfermos en los privilegiados de la acción misionera. Jesús también participa en el acto profético de denuncia, cuyo objetivo es promover la conversión de los misioneros. El anuncio del Reino no es una palabra entre muchas, sino el ancla de salvación que Dios lanza incluso a los pecadores más empedernidos para que regresen a él.
A estos corderos capaces de defenderse incluso de los lobos, Jesús finalmente les comparte su poder para someter a los demonios, una acción que brinda gran alegría a los misioneros. La proclamación del reino, la curación de enfermos, el saludo de la paz son signos del ministerio de Jesús y son la expresión de la actividad misionera y cooperativa de los setenta y dos, signo de la plena participación que él hace de su poder para con los suyos. La felicidad de un misionero debe basarse en una motivación
profunda. La misión no es una exhibición de poder, ni siquiera de naturaleza espiritual, sino la comunicación de la experiencia de un encuentro indeleble, la irradiación del amor fiel de un Dios que, incluso antes de otorgar grandes dones a hombres y mujeres, graba sus nombres en los cielos. Dios ama nupcialmente: como un enamorado escribe el nombre de su amada por todas partes, casi como para expresar su deseo de no olvidarlo jamás y de que el amor sea eterno, así Dios está con nosotros. Por eso, ser una Iglesia en salida para nosotros consiste en difundir el amor que nos eligió primero y comprometernos a irradiarlo siempre y en todas partes.
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