DOM. SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS: El que me ama mi Palabra guardará
Pentecostés, cumplimiento de la Pascua del Señor. El Espíritu Santo se derrama sobre la Iglesia, sobre los discípulos reunidos en oración, y se instala permanentemente en los corazones de los creyentes.
Las palabras de Jesús contienen el primero de los cinco anuncios del Paráclito. El término griego Paràcletos (que a menudo traducimos como "consolador"), en el lenguaje de la época, indicaba el abogado que sugería al acusado qué decir en su defensa. Aquí Jesús habla de otro Paráclito: el primero es Él mismo, el otro es la persona del Espíritu Santo: Él "nos acoge", nos consuela, nos sostiene, nos sugiere cómo afrontar las situaciones según la palabra de Cristo; nos defiende del mal haciéndonos fuertes contra la tentación y capaces de amar.
Del Evangelio en este día destacamos dos aspectos: el Espíritu que permanece siempre con nosotros, y insistencia en las palabras de Jesús que nos instruyen.
Ante todo, el Espíritu Santo "permanece con nosotros"; podríamos decir que "nos consuela". Nos ayuda a afrontar y superar la soledad que podemos experimentar en el mundo cuando nos encontramos "remando contracorriente" respecto a la mentalidad mundana, egocéntrica y hedonista. Con cuánta frecuencia la soledad genera miedo, y el miedo nos lleva a ceder, a adaptarnos, a diluirnos. Aquí, el Espíritu Santo nos sostiene, nos acompaña como un abogado defensor, ayudándonos a responder a la realidad según el corazón de Dios, dándonos la fuerza para soportar el peso de la verdad, para tomar decisiones evangélicas incluso cuando esto implique incomprensión y persecución. Por extensión, también podríamos incluir aquí la soledad que se experimenta en el aislamiento, en la enfermedad, en la vejez... Aquí, el Espíritu Santo consuela, sostiene, para que el desánimo y la resignación no nos dominen. Él inflama el corazón, alimenta la esperanza, recordándonos que la cruz no es la meta, sino el camino para llegar a ella. Y esta presencia amorosa adquiere los contornos de la morada divina en los corazones de los creyentes, que Jesús vincula con la observancia de los mandamientos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo rogaré al Padre, y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre. Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,15-23). Estamos ante la concreción de nuestra fe: un amor concreto, hecho de intimidad, aceptación, comunión de intenciones, siguiendo su Palabra, que nos mantiene en el amor y nos hace vivir según su amor.
Además, el Espíritu Santo nos instruye. Es como un maestro interior que nos ayuda a comprender e interiorizar las palabras de Jesús. Esto ocurre tanto a nivel eclesial como personal: a nivel eclesial, es el Espíritu Santo quien ayuda a la Iglesia a comprender cada vez mejor las palabras de Jesús, actualizándolas para que sean luz y guía incluso ante nuevos desafíos. A nivel personal, es el Espíritu Santo quien nos ayuda a recordar las palabras de Jesús para que sean una lámpara en nuestros pasos y un apoyo ante las decisiones de cada día. Es Él quien nos inspira cuando damos nuestro testimonio, cuando hablamos de Jesús a los demás, y esto ocurre en la medida en que escuchamos y meditamos la palabra de Dios, especialmente el Evangelio.
Pentecostés es el cumplimiento de la vocación cristiana, del discipulado. De hecho, el Espíritu nos enseñará y nos hará recordar, como un maestro al discípulo, y el propósito de tal enseñanza es que Cristo esté en el discípulo, se convierta en una presencia interior e íntima. No externa, extrínseca, funcional. El cumplimiento de la vocación cristiana es que la vida de Cristo viva en nosotros. Y la vocación, o, si se prefiere, la esencia de la vida cristiana bajo la guía del Espíritu, es la vida interior como la capacidad de dejar que la palabra del Señor habite en uno mismo, de meditarla, comprenderla, interpretarla.
Oremos siempre con la hermosa Secuencia al Espíritu Santo, que data del siglo XIII, pidiendo la gracia de volvernos cada vez más familiares y dóciles con Aquel que es más íntimo que nosotros mismos.
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