DOM. SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, que, junto con Corpus Christi, constituye uno de los dos misterios fundamentales de nuestra fe: Dios es Uno en tres personas, los tres Dios, los tres juntos, un solo Dios. Es evidente que se trata de un misterio, es decir, algo que nos fue revelado por Jesús y que supera nuestra inteligencia, en el que estamos llamados a sumergirnos cada vez más por el poder de la fe.
En el Evangelio de este domingo vemos algo de la obra de las tres personas divinas. Todo lo que Jesús tiene proviene del Padre; el Espíritu toma de lo que es de Jesús y lo da, conduciéndonos a la verdad plena. Podemos ver un dinamismo de amor donde Uno se da y se entrega completamente al Otro, un dinamismo que se abre hacia nosotros. Es el dinamismo del amor total de la Santísima Trinidad, opuesto a la posesión, al posesivo que, en cambio, lleva a aferrarse a uno mismo. En Dios existe esta entrega continua y total, un vaciarse por amor el amado (nosotros), un dinamismo que continúa en nuestro ser. Desde el día del bautismo hemos estado inmersos en este círculo de amor y ahora ese mismo Espíritu se derrama en nuestros corazones impulsándonos a hacer lo mismo.
«Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad completa» (Jn 16,13). El pasaje insiste en el tema de la verdad. Es una palabra que se repite con frecuencia en San Juan. Esto significa que la verdad representa el centro de nuestra búsqueda interior. Tenemos sed de verdad. Sin embargo, es una palabra que nos asusta mucho. En el Evangelio leemos: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Jesús mismo afirma ser la verdad. Esto, para nosotros, los cristianos, significa que la verdad no es un concepto ni una teoría filosófica, sino una persona: Jesús. Buscar la verdad significa buscarlo a él, relacionarse con él. Si la verdad es una persona, significa que estamos llamados a relacionarnos con ella. La verdad no se posee, sino que se experimenta al entrar en una relación con ella
El Espíritu Santo nos guía hacia la verdad plena. Nos lleva a conocer al Señor cada vez mejor, tanto a nivel personal como eclesial. Acompaña a la Iglesia para comprender cómo vivir los nuevos desafíos a la luz del Evangelio. ¡El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia! Al mismo tiempo, nos ayuda a conocernos cada vez mejor, sacando a la luz la verdad de quiénes somos y cómo somos. Es el Espíritu quien lleva a cabo nuestra santificación interior, y lo hace gradualmente. En esta gradualidad Dios no aplasta, sino que acompaña, educa, sabe darnos tiempo para crecer. No nos impone cargas insoportables, sino que nos acompaña paso a paso. Por lo tanto, si bien es cierto que la verdad subyacente no cambia, la pastoral de la Iglesia nunca es la misma para todos ni en todo lugar. Hay una gradualidad en dar a cada uno lo que puede llevar, pidiéndole que haga el bien posible.
Cada uno tiene su tiempo, que el Espíritu respeta, guiándonos al mismo tiempo hacia la verdad plena. Convencidos de ello, pidámosle que nos enseñe este arte, especialmente cuando nos veamos obligados a aconsejar y acompañar a alguien.
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