Dom IV de Pascua, Domingo del Buen Pastor
Jesús dice que “Las ovejas oyen mi voz y me siguen”. De hecho, era una imagen familiar en aquella época: Por la tarde, los pastores llevaban su rebaño a un corral para pasar la noche; un solo corral servía para varios rebaños. Por la mañana, cada pastor gritaba su llamada y sus ovejas, reconociendo su voz, lo seguían. Jesús hace lo mismo con nosotros; se relaciona con nosotros, nos dirige su Palabra, que resuena en nosotros cuando escuchamos y meditamos las Escrituras, por la inspiración del Espíritu Santo.
Sí, el Buen Pastor nos llama, y sus ovejas lo siguen, van tras él, dejándose guiar por él. Escuchar (lo que implica obedecer) y seguir: eso es lo que hacen los creyentes; escuchan a Jesús y lo siguen, asumiendo su mismo camino, intentando conformar su corazón al suyo, ir a su ritmo. Jesús abre sendas, guía por el camino de la vida y no lo hace imponiéndose, obligando, sino hablando al corazón. No es un pastor que se queda atrás gritando y golpeando, sino que está delante, hablando, guiando para que uno elija libremente seguirlo. ¿Y por qué seguirlo? ¡Para vivir plenamente!
Jesús, hablando de las ovejas, dice: «Yo... a ellos". No significa “sé quiénes son” sino “los conozco profundamente”, “tengo una relación profunda e íntima con ellos”. Jesús nos conoce mucho mejor que nosotros mismos. Tenemos aquí la relación que Jesús quiere tener con nosotros: no fría e institucional sino de verdadero afecto, de amor profundo, de diálogo íntimo. Nos hará bien preguntarnos: ¿Qué tipo de relación tengo con el Señor? ¿Íntimo y profundo? ¿O superficial, apresurado y descuidado?
Y otra vez: "Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás." Son palabras que consuelan, tranquilizan, fortalecen, que deben ser meditadas e interiorizadas. El buen pastor no nos da algo, se nos da a sí mismo y nos da la participación en su misma vida divina, y nos sostiene cerca de su corazón, guardándonos del miedo a perdernos ahora y para siempre. Y todo esto es posible en virtud de la unión-comunión que se vive con el Padre: "Yo y el ç GC somos uno".
Contemplando todo esto, podemos pedir al Señor una gracia: la de llegar a ser y ser pastores según su corazón. Si bien es cierto que esto concierne, en primer lugar, a los ministros ordenados en la Iglesia, por extensión, afecta a todos de alguna manera, porque todos estamos llamados a ser «pastores» de los demás: consagrados y consagradas, responsables de los diversos caminos, padres, educadores... y para serlo, es esencial cultivar dos dimensiones: En el corazón del ser pastor está la relación personal con el Señor, es decir, la dimensión espiritual, alimentada por la fe y la oración; y en la Iglesia la relación con las personas, hecha de conocimiento, amor, escucha, dedicación y don de vida.
Dejaros amar y conducir por el Señor, y aprended a cuidar a los demás, viviendo como pastores, no como mercenarios. Porque el Buen Pastor da la vida, y en esta donación y pérdida de sí mismo en Él, tiene plenitud nuestra elección.
Que el Señor bendiga los pastores que entregan su ser cada día en medio del mundo dando estimonio de servicio, y valoremos nuestra comunidad eclesial, comunidad en la que el Señor nos acoge y cuida con bondad.
Comentarios
Publicar un comentario