REFLEXIÓN JUEVES SANTO - JUEVES DE LA CENA DEL SEÑOR - ¿Cómo vivir esta Palabra?
El Triduo Santo no puede comenzar si no somos plenamente conscientes del gran Amor con el que somos amados por Dios. Jesús no sólo nos ama, sino que lo hace hasta su último aliento, hasta su muerte por nosotros.
El suyo no es un amor conveniente, sino que es un amor que permanece cuando todos huyen, es un amor absoluto que encuentra su máxima manifestación en las horas de la Pasión. Jesús quiere amarnos completamente, sin dejar nada fuera, y por eso empieza desde los pies, la parte más incómoda. Él no comienza amando nuestras cualidades, nuestras capacidades, nuestras habilidades sino que empieza desde nuestras zonas oscuras, desde todo lo que es inapropiado en nosotros.
Pero, como nos muestra la actitud de Pedro, es precisamente aquí donde el amor de Dios encuentra resistencia. Jesús le responde: «Si no te lavo, no tendrás parte conmigo.» Simón Pedro le responde: «Señor, no sólo mis pies, sino también mis manos y mi cabeza».
Sin embargo, no podemos entender nada acerca de Jesús hasta que le permitamos amarnos en nuestra misma pobreza. Desde el momento en que comprendemos que la realidad de la Divina Misericordia es lo esencial, entonces tendremos el deseo de mostrar todo lo que somos, sin vergüenza.
Jesús responde de nuevo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, pues está todo limpio; y vosotros estáis limpios, aunque no todos». En la Última Cena, Jesús se inclina ante sus discípulos, incluso Judas, y a pesar de saber que era su traidor, se arrodilla para lavarle también los pies. Amar sin medida es la medida del amor.
Podríamos entrar en la celebración de los santos misterios tratando de enumerar los beneficios que hemos recibido en nuestra vida. Gracias a este recuerdo nos hacernos inmunes a la tentación del “mal” de dejar las acciones de Dios en el olvido y concentrarnos en nuestros miedos y en nuestras necesidades más inmediatas y fugaces.
Así, esta celebración de gran significado nos remite al servicio, a la responsabilidad de pedir perdón ante el gran amor de un Dios que se hace pan partido para nuestro camino.
Nos preparamos a los acontecimientos de la muerte para saborear la alegría de la Resurrección en el día de Pascua, respirando en este cenáculo la gratitud, que los discípulos aún no logran comprender, hacia Jesús que no nos deja solos hasta el fin del mundo, transformando el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre.
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