Dom. V de Cuaresma. Escucha
Mirar hacia una nueva esperanza, es el compromiso del V Domingo de Cuaresma.
Esta es la historia de una mujer utilizada, expuesta a la vista de todos y, sobre todo, señalada a Jesús con el título de su pecado. Ella era una adúltera, y debía ser apedreada por la ley religiosa. Por eso la Ley de Dios lo estableció. De ahí aquella pregunta dirigida a Jesús: "¿Qué dices?" Se trata de poner a prueba a Aquel que hablaba a las mujeres, a Aquel que consideran está “fuera de la ley”, alguien que no sabe nada de Dios.
Quienes organizaron esta arremetida no eran personas cualesquiera, eran hombres de Dios, acostumbrados a considerar los principios de la Ley superiores a las personas, las normas superiores al bien de los demás. Para observar las leyes seguro reprimían ciertos sentimientos humanos básicos. ¿Quién sabe si sabían algo de aquella mujer? Pero la provocación de aquellos hombres que pedían la lapidación, se encontró con el silencio, podríamos decir, el silencio de Dios que escribe.
Jesús escribe en la arena, donde el viento del perdón puede llevarse todo signo de pecado. Ese silencio de Jesús y la insistencia de aquellos hombres en recibir una respuesta, hacen que hoy podamos repetir las fuertes palabras pronunciadas por el Maestro: “El que esté sin pecado de vosotros, sea el primero en tirar la piedra”.
Esta es una expresión de Jesús que debemos tener presente cada día, porque nos recuerda que no somos mejores que los demás, no podemos decir que seamos superiores. ¿Los gobernantes están libre de pecado? ¿Están sin pecado el sacerdote, los religiosos? ¿o laicos practicantes? Seguro que cuanto más subimos nombrando a quienes vemos cercanos a Cristo, más resuena la palabra “pecadores”. ¡Aquí debemos saber que incluso los santos eran pecadores! Ninguno de nosotros puede, por tanto, situarse en un plano superior en lo que respecta a nuestra propia dignidad humana. Por eso el Papa Francisco nos ha repetido varias veces en su ministerio: «Recordemos que es lícito mirar a una persona desde arriba sólo para ayudarla a levantarse: nada más. Nosotros los cristianos debemos tener la mirada de Cristo, que abraza desde abajo, que busca a quien está perdido, con compasión» (Ángelus, 30.10.2022).
Esta escena representa de forma sublime el amor de Jesús, un amor que se inclina, se humilla para levantar no sólo a la mujer sino también a los fariseos, culpables de un grave pecado: el de herir la vida de otros creyéndose puros ante Dios. Aquellos hombres religiosos se encontraron ante la verdad de su propia conciencia; y, conscientes de ser pecadores, abandonaron el lugar uno a uno, sin atreverse a arrojar ninguna piedra a la mujer. Este gesto silencioso es una poderosa llamada a la misericordia y al juicio de los propios límites.
¡Quién sabe qué sintió aquella mujer! Liberada del miedo al otro, reubicada en la justa dimensión de hija amada, escucha: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?». Y ella respondió: "Nadie, señor". Y Jesús dijo: «Yo no te condeno; vete, y no peques más.»
Como cristianos, ¿cuándo recordaremos al mundo que Dios es un Padre amoroso, que enseña el amor y no un apedreador de pecadores? ¿Cuándo dejaremos de pensar que somos superiores a los demás hasta el punto de apedrearlos en nombre de Dios? Incluso en nuestros hogares, en nuestras comunidades, en nuestras iglesias, en nuestros lugares de trabajo, deberíamos preguntarnos si las personas y su dignidad valen más que cualquier cosa o incluso, si usamos su vulnerabilidad para nuestro propio beneficio…
La Palabra hoy nos exige que cuando nos dirijamos a los demás, tratemos de rechazar la condena, incluso cuando debamos decir la verdad, que es signo de auténtico amor hacia el otro. Jesús no le oculta a la mujer que ella es pecadora, sabe lo que la mujer ha hecho, pero la levanta, no la condena. En nuestras relaciones con los demás estamos llamados no sólo a evitar condenar, sino también a no obstaculizar la acción de Dios en el corazón de cada alma. No nos corresponde a nosotros decretar que alguien está perdido para siempre, asumiendo un papel que sólo le corresponde a Dios. Oremos, en cambio, para que el Señor nos conceda su mirada misericordiosa, capaz de discernir el bien con agudeza, para que seamos instrumentos de su abrazo y llevemos luz y amor a la humanidad.
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