Dom. III de Cuaresma. Ciclo C. La paciencia de Dios ...
¿Cuántas veces abrimos la página de un periódico y quedamos impactados por la brutalidad de la noticia? En estos años de guerra nuestras conciencias han sido duramente golpeadas y la opinión pública abierta al debate.
Al ver Gaza arrasada y a Ucrania bombardeada, inevitablemente nos hicimos preguntas, y no encontramos respuestas suficientes. Todos sabemos que las guerras las sufre el pueblo pobre, mientras los poderosos mandan desde sus palacios, mientras las familias viven de luto por tantas muertes inocentes. Leyendo los periódicos, escuchando la televisión, probablemente nos preguntamos: ¿han cometido estas personas algo por lo que Dios las esté castigando? La idea de que las desgracias son causadas por la ira de Dios siempre está presente aquí y allá.
El tercer domingo de Cuaresma el texto del Evangelio de Lucas presenta un pasaje en el que Jesús se dirige a sus discípulos con una clara invitación a la conversión y lo hace a través del recuerdo de dos graves tragedias interpretadas por la gente común como castigos divinos. Se trata de personas asesinadas o fallecidas a causa de fenómenos naturales o tragedias reales. En ambos casos, Jesús intenta hacer comprender que todo acontecimiento negativo no es causado por Dios sino por la maldad y los corazones endurecidos de la humanidad. De ahí el doble llamado a la conversión, porque si ésta no ocurre, perecerán del mismo modo.
No se trata de una amenaza por parte de Jesús ni de una presión psicológica que Él ejerce sobre quienes le escuchan, sino más bien de una evidente necesidad espiritual de cambiar de vida y de camino, si se está caminando por sendas equivocadas.
La llamada a la conversión concierne a todos, incluidos nosotros. No podemos esperar que Dios resuelva todos nuestros problemas. El relato que cuenta Jesús para ilustrar la infinita paciencia de Dios, que espera el momento propicio para que todos sus hijos regresen a él con un corazón arrepentido es el de la higuera que no da fruto, esta necesita un año más para ver si, después de una nueva espera, da el fruto querido, es decir, si hace bien y para bien. Pero si a pesar de la paciencia de Dios la conversión no llega, la única opción es “cortar la higuera”, para quitar la improductividad de quien no quiere cambiar, renovarse y convertirse.
Toda nuestra vida es un camino de verdadera conversión, ya que todos fallamos y como tal necesitamos una verdadera renovación interior. La Cuaresma es este largo tiempo para poner a prueba nuestra voluntad de “cortar de raíz” el mal que hacemos y nos hacemos a nosotros mismos.
Que el Señor nos dé la fuerza para dedicar estos días que nos separan de la Pascua 2025 a una verdadera renovación espiritual.
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