Dom, II de Cuaresma. Ciclo C. La Transfiguración, luz en nuestro camino

En el primer domingo de Cuaresma, la liturgia nos invitó a seguir a Jesús en el desierto para afrontar y superar con Él las tentaciones. En este segundo domingo de Cuaresma, Jesús nos conduce al Monte Tabor, el “monte” de la oración, para contemplar su gloria. Los aspectos del Evangelio que queremos captar son dos: ser guiados por Jesús y el motivo por el cual Él se transfigura.

 

«En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago, y subió al monte a orar». Todos estamos llamados a la gloria, a contemplarla, a alcanzarla, pero para que esto suceda es necesario que alguien nos conduzca al lugar justo. Si lo pensamos bien, en cada elección nos sentimos movidos hacia algo y atraídos por algo. Aunque sea de manera inconsciente, nuestras acciones tienen un propósito, están impulsadas por el deseo de llegar a algún lugar, de lograr algo. Si tenemos claro que nuestra meta es el cielo y cada acción puede acercarnos o alejarnos de él, debemos preguntarnos: ¿este pensamiento, esta intuición, esta acción me lleva a Dios o no? ¿glorifica mi ser o no?

 

Jesús guiado por la Escritura, representada por Moisés y Elías, orienta su camino; por eso, avanza resueltamente hacia el cumplimiento de su misión. Nosotros ¿hacia dónde caminamos? ¿de qué o quién nos dejamos llevar? ¿de Jesús, o es el mundo el que me mueve? ¿puede ser que, siendo peregrino, estoy terminando como turista olvidando hacia dónde y a quién me dirijo? 

 



El segundo paso es el motivo de la subida al monte y la Transfiguración. Jesús, previamente, habló abiertamente a sus discípulos de su pasión, pero ellos no entendieron o no quisieron entender: ¡El Señor que sufre, para ellos no es posible! Por este motivo Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y van al monte Tabor. «Jesús quiere que su Transfiguración, su gloria, ilumine a los apóstoles cuando pasen por la espesa oscuridad de su pasión y muerte, cuando el escándalo de la cruz les resulte insoportable. Dios es luz, y Jesús quiere dar a sus amigos más cercanos la experiencia de esta luz que habita en Él. Así, después de este acontecimiento, Él será una luz interior en ellos, capaz de protegerlos de los asaltos de las tinieblas (Papa Benedicto XVI). 

 

«El fin principal de la transfiguración fue apartar el corazón de los apóstoles del escándalo de la cruz, para que la humildad de la pasión no perturbara su fe…” A menudo, en nuestra vida, el Señor permite momentos de consuelo antes de las “fuertes tempestades”. Las cosas bellas que experimentamos en Él, son rocío que restaura nuestra alma en el sufrimiento. Preguntémonos si hemos experimentado la Transfiguración en nuestra vida y si hemos sido capaces de recordarla en los momentos difíciles. 

 

En nuestro examen de conciencia, preguntémonos si hemos experimentado la Transfiguración en nuestra vida y si somos capaces de recordarla en los momentos difíciles que atravesamos.

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